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martes, 29 de diciembre de 2020

Cumpleaños anti narcisista

Déjame solo. 

No tengo nada contra sus cumpleaños pero me causa problema que se metan con el mío. La frase puede interpretarse grosera o de alguien poco agradecido. Realmente no me molesta que se metan con mi cumpleaños, más bien me causa conflicto que supongan cuáles son mis deseos. De hecho, los deseos, ya sean íntimos o complejos, son tan íntimos que deben quedarse en la intimidad. Y pienso que uno es responsable de cumplir tales deseos o frenarlos si es que afectan a alguien. Las personas no son responsables de cumplir mis deseos, mucho menos de adivinar cuáles son.

Los cumpleaños son un ejercicio narcisista en donde todo gira al rededor del festejado, y ¿por qué no? Quizá no tiene nada de malo. Tenemos la tendencia natural y egoísta de que toda la atención esté concentrada en nosotros. Dicen que madurar es dejar acciones egoístas de lado. Entonces, teóricamente, si cada uno nos preocupamos por el otro al final todos estaríamos bien atendidos. 

Sin embargo uno nunca debe de dejar dar lo mejor de sí, con sinceridad dar lo que uno pueda dar, creo que es bonito, y yo no tengo problema con festejar los cumpleaños de ustedes, de hecho soy una persona con mucha disposición de hacerlo y lo haré. 

El riesgo de que una persona narcisista de closet tenga la atención de las personas pude ser perjudicial, tanto para ella como por los demás, porque las exigencias pueden ser desbordantes. Un cumpleaños puede pasar del mejor día del año al peor día del año cuando se exige a los demás lo que posiblemente no puedan darte. 

Pero tengo problemas cuando quieren meterse con el mío. 

No me gusta meterme con su tiempo y tampoco con sus billeteras. Si me meto con sus billeteras es porque a cambio estoy haciendo algún trabajo para ustedes. Y si me meto con su tiempo es para brindarles algo o en algo que nos beneficiemos ambos o todos, o para pedirles ayuda o un consejo, que lo haré cuando lo necesite, lo prometo. 

Mi deseo es que pase como todos los días del año porque soy tan afortunado de tener muchos amigos y eso es bastante para mí, porque los admiro, quiero, y respeto.

jueves, 24 de diciembre de 2020

La tarde que no escapé

Nota: si prefieres escuchar el relato da click aquí

 



 La tarde que no escapé


Nuestro pueblo está en el centro del país donde el clima es templado. No presumimos de plantas, animales o aves tropicales. La mayoría de las cosas se parecen. Los árboles son réplicas de piru que de hecho es una plaga en la región. Las aves son grises y se distinguen unas pocas por tener el pecho rojo y el pico naranja. La iglesia, construida originalmente de cantera negra, ha pasado por muchos arreglos, garigoleos inútiles, y un constante cagadero de pichones. El pueblo se parece a muchos de la región, no guarda nada especial, de hecho hasta las historias de amor son réplicas monótonas y tristes. 


Los atardeceres son bonitos. Las casas están construidas en la suave pendiente de una loma que de hecho fue un volcán. En el valle, ubicado en el poniente, en la parte más baja del pueblo están los campos para sembrar. La vista del atardecer no es entorpecida por construcciones grandes como en la ciudad, la vista al infinito es bloqueada por los cerros bañados en un horizonte rojizo. Los gatos en el tejado nunca se pierden el atardecer, los habitantes dejábamos de verlo en verano, cuando los mosquitos aparecen para devorarte. En invierno puedes apreciar atardeceres sin problema porque los mosquitos están entumidos o en huevecillos esperando pacientemente. 


La tarde que no escapé comenzó como todas las tardes. El gato se puso en el tejado mirando al poniente. El aire frío se combinó con el humo del fogón de la vecina que calentaba café de olla que huele a nostalgía. Se escuchó el reloj de la iglesia dar el pique de las cinco y media. Eran las vísperas de navidad y como en otros días de guardar yo le ayudaba a mi abuelo que vendía artículos religiosos en el atrio de la iglesia. 


Cargamos las cosas y montamos el puesto, y como en años pasados no nos moveríamos de ahí hasta terminar la misa de las once de la noche, cuando salían los últimos fieles devotos del niño Jesús. En las vísperas navideñas uno observa las mismas cosas de siempre. Las coronas de adviento. Personas torpes que tiran al niño dios de barro y se ponen a lloriquear muertas de culpa. Envolturas de dulces, cañas masticadas y huesos de durazno tirados en el atrio. Jarros rotos. La estudiantina juvenil tocando Los Pastores a Belén Corren Presurosos. Gente bañada, vestida de fiesta y feliz.


Nunca antes había querido estar en otro lugar hasta esa tarde cuando recibí la llamada de Rebeca. Me alejé un poco del puesto para que mi abuelo no me escuchara. Rebeca me preguntó si podíamos vernos. Le dije que no podía porque estaba ayudándole a mi abuelo. Ella respondió con un “¿Es en serio? .... ay ... no inventes ... osh ... quería verte ....uhm .... bueno .... nos vemos después...”


En ese momento pensaba que lo más correcto era estar ayudándole a mi abuelo. Pero las semanas siguientes y algunos meses después en días aleatorios pensé que lo mejor era escaparme con Rebeca, así como ella lo había hecho dos días antes, cuando escapó de su abuela quien estaba ocupada haciendo los preparativos de una posada. 


Así fue nuestra primera salida juntos. Nos escapamos. A decir verdad no fue una escapada como tal. Solo nos salimos de casa sin avisar. No fuimos tan lejos. Tomé la camioneta de mi abuelo y fuimos al valle para ver el atardecer. Nos abrasamos, nos acariciamos, nos besamos en un loop que quisieras fuera infinito, pero que de hecho hace que las manecillas del reloj corran a toda prisa para chingarte el momento. Al anochecer llevé a Rebeca a su casa. Cuando regresé a mi casa mi madre me regañó por salirme sin permiso con la camioneta del abuelo. Pero de hecho él no me dijo nada. 


En el pueblo, como en muchos otros, uno de los miedos más grandes de las madres es que sus hijos tiendan a procrear hijos a corta edad o que los hijos se vuelvan borrachos, cosas que de hecho suceden frecuentemente. Un muchacho bien portado y sumiso como yo, quien de repente se escapaba a escondidas con una bonita jovencita, podría significar el inicio de un cambio de rumbo. Un rumbo contrario a los planes de mi madre, abuella y el señor cura quien había escrito su carta de recomendación para que yo fuera admitido en el seminario diocesano. 


De hecho, yo estaba entusiasmado con la idea de convertirme en cura, incluso en el último año del bachillerato, entre mis materias optativas incluí los estudios de Latín y Filosofía. Pero, después de la escapada con Rebeca, los regaños de mi madre y mirar incontables escenas de policía moral en el atrio de la iglesia decidí que no quería pasar mi vida entre atrios, santísimos sacramentos y discursos culpígenos. 


El primer atardecer con Rebeca sería el primer y único que pasaría con ella. Después de navidad intenté llamarla pero se enfrió el asunto.  Solo me quedé con las ganas de más atardeceres así y con el deseo de volver a verla hasta que se desvaneció y se convirtio en nostalgia. 


La única vez que el abuelo opinó algo fue cuando entré a la universidad. Entre la sorpresa de mi madre y mi abuela de que yo ya no quería ser cura, el abuelo ofreció pagar el alquiler del cuarto donde viví toda la carrera. 


Un día me encontré a Rebeca en los jardines de la universidad. Yo estaba crudísimo, desvelado y vestía un atuendo que era la transición entre la pijama y los jeans. Ella estaba fresca,  con vestido azul, y acompañada del suertudo de su novio. Ella me saludó, me abrazó, y cruzamos palabras que no recuerdo por la resaca, pero inmediatamente quería alejarme por miedo a vomitar los últimos residuos de alcohol y botana en mi estómago. 


El valle del pueblo ha cambiado lentamente. Los campos de cultivo se van llenando de casas y gente de fuera. Las aves se ven igual y sigue la plaga de pirus. Los gatos siguen mirando al poniente en los tejados porque los atardeceres siguen siendo bonitos pero con carga de nostalgia por los años que se nos escapan. 

domingo, 22 de noviembre de 2020

No quiero una cruz en mi funeral parte 8: Las cartas

A Job Úbeda


Acordamos que pasaría a su casa el sábado por la mañana para ir a desayunar. Entré a su casa y pisé hojas regadas en el piso que tenían apuntes, supongo, de los amores contrariados porque también tirado estaba el libro del amor en los tiempos del cólera. Encontré al tío Alonso sentado en el sillón, frío, inerte y tieso. Intenté recostarlo para ponerlo en posición de descanso pero su cuerpo se había convertido en una rígida estatua. Entonces entendí lo que había sucedido con mi corazón latiendo muy fuerte.  

Así como Esther le dió instrucciones sobre su funeral a mi tío Alonso cuando aún era un niño, Él me dio sus respectivas instrucciones. Me dijo que yo tenía que ser el primero en inspeccionar su casa antes que mi abuela dejara acercarse a la rapiña de familiares curiosos que llegan en momentos inesperados bajo la consigna de la solidaridad. Él dejó dos sobres en el archivero de su estudio. El primero contenía información inmediata para las formalidades legales que se necesitarían horas después de su muerte. El segundo tenía las instrucciones para completar los repartos, formalidades y trámites que se requerían una semana después de su muerte. 

Dejó instrucciones explícitas en el contrato con el velatorio. Sus restos tenían que ser incinerados, no enterrados, en el funeral, que sería de una noche, él no quería que pusieran cruces y que tampoco se acercara un sacerdote a recitar las exequias. Pero mi abuela, en su infinita devoción, temía que el alma de Alonso se quedara eternamente en el purgatorio e hizo todo lo contrario a los últimos deseos de él. Con un gesto autoritario de que su hijo siempre perteneció a una familia de católicos y tendría un funeral en casa de mi abuela, ella revocó los deseos diciendo qué él era su hijo y las cosas se harían al modo de ella, el funeral se hizo con dos noches como es costumbre en el pueblo, ella pidió la misa de cuerpo presente a las 10 de la mañana y a las 12 del medio día fue enterrado en la misma tumba de Esther, quien le tuvo el cariño de un hijo y quien ayudó a educarlo en la niñez. En la semana siguiente cuando se completó el novenario se hizo otra misa en su honor, donde el sacerdote tuvo atinado decir que "nuestro hermano Alonso quien pocas veces participaba en la iglesia merecía nuestras oraciones y la bondad de dios porque dios es compasivo y misericordioso". Pienso que si Alonso hubiera regresado a la vida para ver su funeral, entonces, al ver la tristeza de mi abuela, dejaría que ella hiciera las cosas a su modo así como la dejamos nosotros. 

Pasé los siguientes días en su casa. Me preguntaban que si yo tenía miedo de hacerlo. Pero Alonso me enseñó a no temer a los fantasmas. De hecho, por esos días yo tenía deseos de que Alonso me hablara. Él decía que uno nunca contesta o pregunta todas las preguntas que deben hacerse en el momento indicado porque no nos atrevemos o porque no tuvimos la audacia de hacerlo. Yo tenía más preguntas para él pero encontré las respuestas de preguntas que nunca hice. Descubrí los estudios del cáncer que nos estaba ocultando, una bitácora con dosis bien específicas que ingería desde dos meses atrás y un archivo de hojas con una abrazadera de cartón que se titulaba "No quiero una cruz en mi funeral".

Algunas cosas que estaban escritas las habíamos platicado antes como al historia de mi nombre, o más bien, porque en el pueblo muchos eran llamados por su apellido y no por su nombre de pila. Me contó que era tradición en cada familia que los primogénitos llevaban el nombre del santo patrono el arcángel San Miguel. "Llegamos tarde", me dijo. A mi me tocó el nombre que mi abuela había designado a mi madre y antes que él, su primo el mayor fue llamado Miguel, así que Alonso se llamó así por la fecha en el calendario. En el pueblo había tantos Migueles y apellidos repetidos que la gente comenzó a poner segundos y hasta terceros nombres. 

También estaba la historia absurda de nuestro apellido frecuentemente confundido con el de las familias que tenían árboles genealógicos bien definidos. Pero, en algún momento cuando comenzaba el censo en el país a principios de siglo, cada familia tenía que elegir un apellido, entonces el tatarabuelo sin mucha imaginación, pero con el afán de no seguir a la borregada se fijó, en la pared de la oficina de pago de su patrón, que en la pared había en un mapa que indicaba las provincias del sur de algún país, desconocido por él. Le llamó la atención el nombre de la provincia que se convirtió en nuestro apellido, y que después de la guerra civil en tal país, fueron expulsadas varías familias y las que vivían en esa provincia se cambiarían el apellido por el nombre de la provincia. 

Nuestra familia, desde el tatara abuelo, no tuvo más complicación que existir o tratar de existir. Y esque llegamos tarde, como decía Alonso, por eso después su obsesión por la puntualidad. Por eso llegué el sábado por la tarde, por eso lo descubrí muerto. 

Las hojas contestan las preguntas que nunca hice, por eso las pongo en orden, por eso las reescribo, porque Alonso siempre tuvo cosas que decir, pero no le alcanzó la vida. Pero aquí estoy yo, para hablar por él. 


sábado, 21 de noviembre de 2020

Pérdida de memoria


Llegamos al hotel y pedimos habitaciones para cada uno de nosotros porque estaban en oferta. Después nos fuimos todos a descansar. 

Perdí la memoria, no recuerdo algo entre la noche hasta el momento de ver su mirada bajo las sábanas. Como no sentía ni cruda y tampoco remordimiento me atreví, consientemente, a acariciar su piel que de hecho era más suave de lo que me hubiera imaginado. Cuando entré en estado paranoico me abalancé para que hiciéramos el amor, no me importaba que en cualquier momento llegara su novio y me atacara por la espalda. Saldría herido. 

Me estaba mentalizando para suponer que mi cuerpo era de hierro y así me dolería menos. 



domingo, 15 de noviembre de 2020

Las palabras que no se dicen a tiempo se pudren como la comida a la intemperie

Los deseos son más concretos con las palabras.

Mis deseos están podridos, no por ser malos, sino porque no se dijeron a tiempo. Mis deseos no son retorcidos, son tan básicos como verte y llenar de calor tus manos frías con las mías. 

Verte es como tener una nueva cita con una persona desconocida con la sensación de conocerla en otra vida. No tenemos algo en común de que hablar y no quiero decirte que no te conozco por cortesía pero es lo adecuado. Sería más divertido para los dos si nos habláramos como si nos estuviéramos conociendo de nuevo, así evitaríamos preguntar lo que ya preguntamos y esconder lo que no queremos decirnos por un cuidado que dejó de tener sentido pero permanece por el puro ímpetu. 

Tengo mis deseos tan podridos que dejaron de funcionar correctamente. 

¿Porqué algo tan simple como el deseo de verte en la tarde termina en la teoría de los mundos posibles? 

Blancanieves

No sé cuántas versiones existen de Blancanieves, conozco tres que no puedo referir con exactitud; la historia de disney, la de hollywood, y por supuesto, la versión española donde actúa Daniel Giménez Cacho como un torero. Si, las adaptaciones son tan distintas y en distintos escenarios. ¿Es Blancanieves la historia más universal que existe? ¿Tienes una versión? Yo si tengo una que miré hace algunos años.

Conocí a Rebeca en los pasillos de la universidad y obviamente tardé en conocer su nombre porque no me atrevía a hablarle para preguntárselo. Pero bien sabía a que hora encontrarla los miércoles por la mañana y también por las tardes en la biblioteca donde la pasaba durmiendo. Dormilona, así le pusimos. Rebeca tenía el cabello muy negro y lacio. Su piel era blanca, más blanca que la de todos nosotros. Rebeca nació en la región del país donde llegaron los europeos a explotar las minas y poner ferrocarriles. Su padre era una especie de cacique, no de los de apellido europeo, pero quién su familia desde varías generaciones atrás se las arregló para hacer buenos negocios en la región. 

Rebeca llegó a la capital escapando de un mal de amores. Su padre no la mandó fuera del país para tenerla cerca, para que pudieran visitarla frecuentemente los fines de semana o entre semana, hasta que no diera muestras de cometer ciertas locuras que se le solían ocurrir. 

Le escribí una carta, mientras ella dormía le dejé la carta encima de su carpeta. Después, nunca le confesé ese hecho, pero quizá lo intuyó porque seguí escribiéndole y ella nunca dejó de aceptarlas. Por supuesto, era correspondencia que jamás tuvo respuesta, hasta algún momento en donde me comentó que algunas veces le hacían sentir bien mis cartas y yo le decía que ella se había convertido en mi musa, porque no podía tener la mente despejada, porque la universidad no fue una época bonita como lo es para todos, no cuando tienes una beca que apenas alcanza para el alquiler y medio comer, y que verla a ella todas las tardes para estudiar era la única distracción a la que mis bolsillos siempre vacíos podían acceder. 

Rebeca me ayudaba a entender los libros que estaba escritos en inglés, a ella se le facilitaba muy bien. Rebeca bebía capuchinos y le ponía azúcar al café a escondidas. Ella hacía los mejores apuntes que he visto en mi vida. Rebeca tenía cosas divertidas que contar, menos cosas hostiles y amargas como el expreso de mis mañanas. 

El veneno que mantenía dormida a rebeca le permitía ser funcional ciertas horas entre semana y estar triste los fines de semana. Rebeca dejó los fines de semana tristes el tiempo que yo trabajé horas extras para invitarla a salir, pero no salió conmigo, en ese tiempo ella comenzó a salir con uno de los compañeros de la generación. 

No sé si Rebeca siga usando las pociones venenosas controladas que le mantenían funcional en la semana y triste los fines de semana. Pero, el fin de semana pasado, subió una foto patinando sobre hielo, en un lugar europeo, lo cual quiere decir que su padre ahora confía en ella, y ella sonreía muy feliz.

sábado, 31 de octubre de 2020

No quiero una cruz en mi funeral (parte 7): Crónica de un abandono

Sandra, quién indirectamente manifestó su preocupación por que aveces pensaba que yo la engañaba con otra persona, después sintió más preocupación cuando se dio cuenta que yo no podía estar con alguien más. Incluso después, ella encontró a alguien más. Así comienzan las despedidas.

Cada persona tiene heridas diferentes. Heridas de amor. 

Sandra en su finito cariño por mí, a sus ojos amorosos, me construyó una historia interesante, para mí. Me hizo interesante para ella y para sus amigos. Tiempo más tarde, el actor de esta historia no correspondía al libreto.

La partida de Sandra era inevitable, después de entenderme, de mirarme completamente, conclusión de que yo siempre fui transparente como el cristal. 

Las noches previas a su partida estuve tomando Valium para poder dormir, no quería despertarme para ver su partida y solo quería corroborar su ausencia en la mañana siguiente. Sus señales, la premonición de un final inevitable, me hacían imaginar cómo prepararía las maletas; su mirada franca, decidida, terminando con un llanto contenido, son sus ojos luminosos, no de tristeza, sino de frustración por haber perdido el tiempo conmigo. Ahora me convertiría en la historia que la hizo madurar, la historia de amores malos que te hacen aprender en la vida. Todo era cuestión de tiempo.

La noche en que ella se fue, otra vez yo tenía el Valium encima, no miré, a pesar de  estar dormido pude escuchar todos sus movimientos perfectamente, como una pesadilla de ceguera, una ceguera luminosa, deslumbrante, no pude despertar, pero sinceramente tuve el deseo de decirle que no se fuera.

Al día siguiente, los primeros rastros de su partida fue la repisa vacía del pequeño librero de mi habitación donde ella improvisadamente había acomodado cremas y perfumes. Tan solo se quedó la caja de chocolates que le compré en un duty free en Schiphol y que dejó mucho tiempo ahí. Tome uno y me lo comí. Sabía a la parafina de la veladora perfumada que frecuentemente encendía. Ese sabor agrio y dulce, rancio, es el sabor de su partida. 

Fue cuidadosa por dejar mi escritorio ordenado, mismo que días antes tuvo invadido con sus carpetas de apuntes y cosas que no debían estar ahí como sus pulseras junto con las bolsas de cartón de la tienda de maquillaje en donde recientemente había comprado.

Me dejó pagado el libro que días antes mojó cuando se le regó la taza de té. No dejó ninguna nota, solo estaba un postick donde estaban anotados, con su letra redonda, un desglose exacto de la división de gastos corrientes del mes. Su cuenta estaba saldada. 

Su espacio en el closet estaba vacío con bolsas en el fondo llenas de ropa que ya no le gustaba. Las acerque junto al contenedor de basura que estaba repleto. Su juego de llaves quedó colgado junto a la puerta. 

Pegados en el refrigerador se quedaron los imanes souvenirs que compramos en los viajes que hicimos juntos. Metió al refrigerador la comida que preparamos un día antes.

Se esfumó su presencia rápido. Incluso escapó su perfume de las mañanas porque dejó las ventanas abiertas. 

Meses después me di cuenta que se llevó más cosas con ella, entre ellas, se llevó mis a mis amigos que en realidad eran sus amigos, aquellos que incluso festejaban mi cumpleaños, no por mi, sino por atención a ella. Se llevó los atardeceres y sus caminatas. Se llevó sus propuestas de películas malas que al final disfrutaba por el hecho de pasar la tarde acompañado de ella. Se llevó sus regaños por mis propuestas impulsivas para escapar frecuentemente de la ciudad. Se llevó la calma cuando salíamos a cenar, la tranquilidad con que cenaba como si el reloj estuviera detenido. 

Sandra se llevó la vida a la que me había acostumbrado. Me miré al espejo y me sentí como un desconocido.

¿Sabía ahora qué hacer? Continuar por el camino de la soledad.



domingo, 11 de octubre de 2020

La cara adolorida por una sonrisa fingida / abandono

Te voy a contar la noche que te encontré en el autobús que se dirigía al pueblo. Mi recuerdo ya es algo difuso. Posiblemente era un viernes porque recuerdo el cansancio de mi cuerpo de los viernes. Mis pies me quemaban, sentía mis ojos secos e irritados, mi frente con sudor seco también y una capa grasosa que sospecho me hacía brillar. Mi cabello lo sentía desarreglado, se que mi corte de cabello era malo a pesar de no verme en el espejo. Traía puesta la última muda de ropa que repetía del jueves. 

Los viajes a casa eran largos y con frecuencia se repetían las cosas. Te confieso que algunas veces me sentí desesperado, sentía que estaba en una pesadilla dentro de un ciclo infinito del que nunca se podría escapar. Por eso, cuando ocurría algo nuevo, yo podía recordarlo por mucho tiempo, porque era especial, implícito estaba, se comprendía que pedía no ser olvidado, por eso lo escribo, porque casi ya no lo recuerdo.

Cuando me subí al autobús ya no había lugares donde sentarse. Caminé. Te encontré sentada en la fila izquierda en el asiento que está en el pasillo, casi a la mitad del autobús. Al saludarte interrumpí la charla que tenías con el muchacho de la fila derecha que también estaba sentado en el asiento del pasillo, aunque él estaba un poco más atrás, parecía que no te molestaba voltear un poco, de hecho te veías contenta. Vibraban bien.

Me senté en el pasillo, en el piso. Tuviste la cortesía de interrumpir tu charla para platicar algo que no recuerdo, pero recuerdo que era aburrido y forzado. Platicamos desde la terminal hasta el pueblo durante quizá unos cuarenta minutos. Sonreías, como siempre, nunca dejas de sonreír. Yo sonreía también, con esa sonrisa que me cuesta trabajo hacer y que hasta me deja la cara adolorida.

Contaba en regresiva los minutos porque yo me bajaría antes del autobús. Tu retomarías la charla que tenías con el muchacho quién quizá te acompañaría a tu casa o quien fuera lo suficientemente tenaz para llevarte cenar y después a su casa.

Te encontré para quedarme solo. 

Te encontré con alguien para mirar como te ibas.

Te encontré para quedarme con la cara adolorida debido a mi sonrisa fingida.

Después, cuando regresaste, buscándome, entonces supe que era un sueño.


 

II 

Estas conmigo pero no lo estarás más porque comienzas otra vida. Porque somos distintos. Eres bella. Yo no soy precisamente la idea estética de las revistas. Todos te conocen, nuestros amigos son tus amigos. Yo soy un fantasma. Nos conocimos a escondidas. Nos queremos a escondidas. No quiero que nos vean porque te dirán que me dejes. Planeo después decirlo Yo.

No quiero una cruz en mi funeral: ¿Porqué regresaste a la vida para morir de nuevo?


I

Esther siempre tuvo la costumbre de mudar la cocina cuando teníamos fiestas familiares. Bueno, de hecho tenía una cocina especial para las fiestas, en el patio trasero. En esa cocina te sentías gigante. Nos contaban que esa cocina fue hecha especialmente para la bisabuela quien era un mujer chaparra. La cocina la hicieron a su medida. 

Yo estaba escondido, como siempre, para que nadie me mandara a hacer algo. Es la costumbre, aunque ya no seas un niño, al no estar casado, en el pueblo, en la familia te siguen tratando como a un niño. De hecho a mi me siguen llamando "Estebita", ¡carajo! me llamo Esteban.

Esther cocinaba para su funeral. Estaba sola. Nadie le ayudaba. Estaba concentrada moviendo una cuchara grande de madera hundida en una olla de peltre que humeaba como chimenea de volcán. Esther nunca tuvo prisa, siempre hacía las cosas con calma. Yo no estaba hambriento. Nadie estaba hambriento, de hecho, las casa estaba casi vacía, como siempre predecía, cuando caminábamos y pasábamos al lado de la funeraria, ella decía que quería el ataúd más sencillo y que no iba a ir mucha gente, que los que irían sería por cortesía a su hermana, quien si fue una figura ilustre en el pueblo, una figura conocida, una figura amada, que nosotros nos encargáramos de llevarla al panteón.

Es el funeral menos triste al que asistí porque nadie lloraba, solo yo estaba triste porque sabía que nunca la volvería a ver.

Esperaba el momento en que Esther terminara de cocinar para después dirigirse a su ataud. La cargaríamos y no la veríamos nunca más. Lo sabía. Estaba muy triste.

¿Porqué regresaste de la vida para morir de nuevo?


II


Estábamos cansados, y nos fuimos a dormir todos juntos. Nos hicimos todos un espacio en la cama grande que era de Esther. Casí todos estaban dormidos. Ahí nos acostamos todos. 

Raquel empezó a golperme levemente con su pié, impidiendome cerrar los ojos, sin que ella hablara entendí a través del silencio "mira... Alberto estaba dormido". 

Raquel estaba enredada en los brazos de Alberto, tocarla era difícil, de hecho, antes de tocarla a ella lo toqué a él. Después me alejé, pero quedé junto de sus pies. Sabía que ella no iba a dormirse, yo no lo haría con el corazón latiendo a mil por hora.

Quedé cerca de sus pies para seguir jugando con ella. Después, ella lentamente se fue escapando de los brazos de él hasta que llego junto a mó.

Y fuí feliz, los tres minutos que estuvimos besándonos, y no importaba si el día se comía a la noche porque ya nos traíamos ganas desde hace tiempo.

Pero él despertó y yo tuve que correr rapído. Me escondí en la cocina de fiestas. Él gritó enjojado, estaba a punto de alcanzarme. Lo bueno es que ya estaba amaneciendo y que no hacía frío.  Yo no tuve más que subir por la pared, para saltar del otro lado, en la calle detrás de la casa, y corrrer muy rápido.


III


Así lo hicimos, como pedió Esther que fuera, de hecho quedó como anécdota que con ella todo lo tomábamos a juego, y como siempre era mal visto que hiciéramos un intento, porque a pesar de que nadie de ello había hecho las cosas bien exigían perfección. 

La pusimos enfrente de la virgen de guadalupe, la figura réplica fiel de la que se encontraba en la basílica. A ella no le gustaban las imágenes vulgarsonas.

Ahí estaba su ataúd sencillo, las sillas incómodas y el frío de diciembre que te enfriaba los pies. Ahí estábamos solos. Los amigos de su hermana visitarían un momento, entre las 7 y las 9 de la  noche, como se acostumbra. 

Yo no lloré. Traté de no hacerlo. No era bien visto que yo llorara, no yo, que no era su hijo. Que ridiculez llorar por alguien que no es cercano a primera mano. 

Ahí nos quedamos velando su cuerpo, con su soledad que también era nuestra soledad porque tampoco teníamos amigos. Nuestro destino sería o va a ser el mismo. Ahí estábamos, soportando a los familiares de fuera, los tolucos, quiénes no tenían donde quedarse y por ser la pelusa de la familia nadie le ofrecería. Ahí estabamos, con nuestro silencio interrumpido por el niño que no entendía esas cosas y los padres que no entendían que no puedes tener a un niño en un funeral pero no tenían a donde ir, hasta que hicieran plática con alguien y pidieran el favor. 

Pero los evitabas. La charla de los erizos siempre es tan pobre y aburrida. Escuchando sus quejas y de cómo les va mal en la vida, aprovechando los funerales para viajar fuera de su pulguero, porque ni a las bodas lo invitaban.

Ahí estábamos con el dolor de espalda. Las sillas incómodas. El frío de diciembre. La velamos dos noche esperando que llegaran sus sobrinos favoritos de su juventud. Porque ella quería que también la llevaran. No llegaron. Bueno, uno de ellos, a la misa. 

Ahí estábamos, compartiendo su soledad que era también nuestra soledad. Nadíe sabía lo que significaba para mí. Tal vez ni ella misma. Porque no soy bueno con esas cosas. Bueno. Le dije a Rebeca, de quién anhelaba su compañía, pero desde tiempo atrás. Después me terminé odiando, no por decirle a ella, sino por estar tentado a utilizar el funeral de Esther para pedir su compañía, bueno que si la pedí, pero Rebeca tenía una vida. Aprendí que las penas compartidas son más pesada. Que no es cierto que uno busca la compañía o el consuelo. Sino más bien, pienso que las personas lo hacen para postergarlo. Esther se fue desde hacía tiempo. Por eso su partida fue gradualmente. Su ausencia también. 

Ahí estábamos. Con la sencillez del funeral que pidió. Y evitamos que un rezandero fuera. A ella no le gustaban esas cosas. 

martes, 15 de septiembre de 2020

No quiero una cruz en mi funeral (5 parte): Los cursos de inglés

Los cursos de inglés

Andrea, la hija del alcalde, quién estudió desde niña en los colegios de paga, cursaba la carrera de relaciones internacionales en la mejor universidad del país, decidió el verano del 97 impartir el curso de inglés básico para niños pueblerinos que estudiábamos en la primaria local con maestras que eran amas de casa pero que por suerte del destino pudieron certificarse con el oficio de "maestras de primaria", mientras cuidaban de maridos borrachos e hijos mal criados que años después también serían borrachos.

Andrea no quería cobrar el curso de inglés, estaba en la edad romántica, esa donde uno piensa que debe contribuir al desarrollo del país preparando a las nuevas generaciones. Pero su padre el alcalde, negociante y cacique por generaciones, no lo permitió. Yo no me imagino cómo pudo ser el sermón.

Su padre facilitaría las cosas, para adaptar un aula en el pequeño edificio de la alcaldía. El aula que se ocupaba menos en la alcaldía era aquella destinada para la conciliación de familias disfuncionales, done niños oliendo a orines tuvieran la visita con su papá alcohólico quien aprovecharía valioso tiempo explotando su mejor ingenio para lograr llevar a la cama a la exesposa, solo por el placer del convenciminento. Bueno, sacarón del aula toda esa mierda de junguetes podridos y mesas forradas de colores, adaptaron una bonita aula pintada de blanco que hacía relucir los dos ventanales grandes, que eran una gran decepción, pues cuando te acercabas para asomarte podías ver un pequeño patio privado que servía como el estacionamiento personal del alcalde. La vista era mejor si permanecías sentado, alejado como 5 metros del ventanal.

Algunas veces pienso en Andrea, cuando destapo los plumones intensos segundos antes de mi muletilla: "Bueno muchachos, los temas que vamos a cubrir hoy son ... entonces..."

Cuando yo caminaba en el pasillo que conducía al aula de inglés del segundo piso en la alcaldía, el olor de los plumones del pizarrón delataba la presencia de Andrea. Contrario a las muchachas de su edad, Andrea vestía faldas cortas en verano, o una falda larga con una abertura grande que no sé cómo se llama. Andrea era desinhibida, podía sentarse en la posición que quisiera sin miedo a que alguien le dijera algo. Bueno, lo digo, porque su comportamiento era tan natural que pareciera que no le importaban los prejuicios incómodos que las señoras cuchicheaban cuando Andrea pasaba quitada de la pena los domingos en el atrio al final de la misa dominical del medio día.

Mi primo Alfredo es dos años mayor que yo, siempre ha tenido la virtud de la puntualidad. Yo lo tenía también. Llegábamos temprano y Alfredo siempre tenía cosas que preguntar, sobre lo que fuera. Cuando Andrea vestía con la falda larga de gran rajadura, Alfredo miraba por debajo cuando Andrea estuvo sentada sin darse cuenta del descuido de enseñar media nalga. Alfredo nunca tuvo miedo de muchas cosas. Por mi parte me quedé mirando hacia arriba, queriendo mirar abajo, bueno, mirando hacia abajo por periodos cortos de segundos, pero no podía tener la mirada fija como la de Alfredo, yo tenía miedo que Andrea se diera cuenta de que estábamos de mirones.

La semana que Alfredo estuvo enfermo de varicela me convirtió en el único estudiante puntual. Un día llegué y Andrea estaba con una amiga. "Mira él es Esteban, Esteban ella es Karina".... "Esteban porqué te pones rojo"... "Esteban es muy penoso"... "Esteban, Do you want to read the leasson 24?, Dracula"

Esa tarde me volví impuntual.

Esa semana esperaba junto a la escalera a que otro alumno se acercara para no llegar solo a la clase. Andrea, repitió por más tiempo la frase de "No te pongas rojo..."

Hay más cosas, como la vez que su amigo el gringo visitó el pueblo para ponerse Borracho en la feria y que en un acto patético le llevamos regalos, "que no se diga que somos descorteses".

O tal vez la tarde cuando Karen estuvo a punto de caerse del ventanal por culpa de Mauricio quién intento empujarla, solo para dar un susto. Esa vez fue la última clase de Andrea, el día, yo supongo, que supo que darle cursos de inglés a niños pueblerinos era una tarea muy difícil.




domingo, 6 de septiembre de 2020

Sobre extrañar y la realidad que nos une

Caminaba para encontrar nuevas cosas que ver, por los laberintos de las calles antiguas y empedradas, de casas que tienen mil historias y preguntándome cómo escribiría la mía, ahora que me dí cuenta que no extraño nada. Y era eso, por primera vez caminaba porque se me dió la gana, no estaba buscando nada. No estaba buscando alguna panadería dónde vendieran pan rico. No estaba buscando la tienda de quesos y vinos. La cafetería. El restaurante del pastel de verengena. La banca con el árbol gigantesco y de atardeceres fríos. La chocolatería donde venden la mejor cocoa. Todo esto para decir: mirá descubrí un lugar que ... ¿bueno se te antoja ir? 

Solo estaba caminando porque me dió la gana. 

Tuve nostalgia por no extrañar y extrañé buscar, extrañé sentir un vacío, sentir, tu ausencia. 

Pero estaba caminando. Me sentí que el tiempo fluía pero en forma diferente. Sentí por primera vez en mi vida que estaba muriendo y que el pasado también se fué para no volver. Que uno está en constante cambio, quieres regresar la tarde en que fuiste más feliz o sentiste que así fuera. 

Sentir la ausencia comienza con un sueño. Dicen que en los sueños se presentan los deseos del subconsciente. También comienza escuchando una canción que escuchabas frecuentemente hace muchos años atrás. 

La ausencia inmediata se siente en la partida.

Las personas entienden y cuentan la realidad de manera diferente. Posiblemente la tarde invernal o de otoño más feliz no lo fue para la persona que te hacía compañía en ese momento. Probablemente su tarde más feliz fué en otra época del año con otra persona. Y eso es la única realidad en la que podemos coíncidir todos.

 

sábado, 29 de agosto de 2020

No escribir

No escribo porqué no sé qué decir. Ahora así se comunica la gente, como antes, pero sin cartas, ahora con los mensajes de texto.

Debo reconocer que no sé cómo comenzar una charla. Aprendí a interesarme por lo que hacen las personas, de hecho siempre es interesante escuchar, aprendí a hacer muchas preguntas, puedo preguntar toda la tarde. Pero quizá pueda caer en la charla del detective que te pregunta bajo la luz de una lámpara cónica en el cuarto oscuro. Probablemente deja de ser agradable. 

Podría contarte una historia, pero la gente no sabe escuchar. La gente prefiere hablar de si misma. Es más fácil encontrar un/una narcisista que una buena taza de café. 

De mí no tengo mucho que contarte, soy el mismo, tengo unos jeans azules, unos converse y mi playera de nirvana. Nunca encontré al estilista que me dejara el cabello largo perfecto, bueno si, pero escapó del lugar donde lo esclavizaban y no supe más de él. ¿Lo ves? Siempre termino hablando de otra cosa. 

Las historias que cuento suelen ser muy detalladas. Suelo ser obsesivo en los detalles. Para cada fallo, cada issue tengo una historia que contar. 

Puedes escribirme cuando quieras. Puedo escuchar y hacer preguntas. 

Las cartas tienen la ventaja de que uno puede tardar en contestar. Pero siempre contestaré. 

No te escribo porqué no sé que decir. Y si escribo pareciendo un  bucle infinito con el mismo saludo, cómo robot, es que no sé cómo hacerlo. Pero siempre tengo algo que contar, con tediosos detalles, pero siempre hay algo que contar. Lamentaría que no hubiera algo que contar.  

lunes, 10 de agosto de 2020

Sueño #20200810

 Esther, ¡Regresaste! 

Regresaste, quiere decir que estamos bien. Pienso que viajé hasta donde estás reposando. Una ciudad extraña con edificios grandes, luces, caminos enredados y se puede saltar grandes distancias. ¿Así es? ¿o transformaste todo?

Me sentí niño de nuevo con la paleta de malvaviscos coloridos que me diste. 

No pude decirte, como siempre, lo mucho que te extraño. Como anticipando que te irías, quería decirte que, justo, no te fueras. 

Si sueño de nuevo contigo, quiere decir que estamos bien, que de nuevo estás conmigo. Gracias por la paleta de malvaviscos, siempre tenías algo rico para que comiera, para hacerme sentir querido, para hacerme sentir premiado, para hacerme sentir feliz. 

Ya se Esther, lo hice bien esta semana, lo hice bien, lo hice muy bien, ¡Estoy de vuelta! , después de tantos años ...

No me dejes solo, necesito soñar más contigo, no me dejes solo.

Tuve miedo, sabes, aún no quiero irme, no se si algún día uno sabe si se tiene que ir o no. 

Gracias Esther, gracias por llevarme un rato de aquí y devolverme. 

Estamos bien y eso me da mucha alegría.

miércoles, 5 de agosto de 2020

No quiero una cruz en mi funeral (cuarta parte)

La premiación del suicidio


Escribí un cuento. Quería ganar el premio para pagar los cinco meses de renta que debía, cinco meses que pasaron sin que el casero prudente me echara, cinco meses de mi vida en donde comenzaba a ser libre que a la vez significaba ser pobre.

Llevar el cuento al concurso de ciencia ficción tenía una ventaja, esto era la facilidad de predicción de los cuentos que concursarían y también de los concursantes. (Me creí con posibilidades de ganar)

Estarían los más imbéciles quienes escribirían sobre una nave espacial haciendo un viaje aburridamente largo hacia un planeta estúpidamente parecido a la tierra pero con tecnología que pretendiera ser más avanzada, pero, sin sustento lógico. El participante sería dientón, flaco, de cabello chino, acné y con una forma de reír tan forzada produciendo que la baba se escapara de su torcida boca, pero, con una práctica magistral la regresaría aprovechando las propiedades bizcosas. Seguiría riendo como si nada hubiera pasado.

Estarían los biólogos quienes escribirían de especies desconocidas, o sobre algún monstruo, o sobre algún virus letal, quizás sobre el apocalipsis mezclado con una historia de amor. Para ser distinto, alguno de los enamorados moriría. La participante sería la ayudante del laboratorio de plantas y animales II, estudiante de doctorado, guapa, a quien todos rendían homenaje buscando una posibilidad. 

Estarían los amantes de Julio Verne quienes novedosamente se trasladarían a principios de siglo para escribir una aventura no tan aventurada, más bien aburrida y forzada, pero que por alguna razón extraña, estas personas eran amantes de Lovecraft, entonces su gusto tendría como consecuencia la aparición de un espeluznante monstruo.... El autor sería un pseudónimo formado por los dos escritores quienes serían una pareja que vivió junta toda la universidad generando posiblemente su dependencia enferma entre sí, casi al límite de hasta acompañarse a cagar juntos. 

Por mi parte, amante de las matemáticas densas y las teorías de física teórica más inmamables, lector sufrible de Jorge Luis Borges (Nota al pie: pero no había leído Breve historia del tiempo), escribiría el cuento más robusto, difícil y aburrido para leerse. Sin embargo, en aquel momento pensaba en lo novedoso que sería escribirlo. Se basaría en el tiempo circular y el teorema de no recursividad de Poincaré (Nota al pie 2: Más tarde me daría cuenta de que Borges ya lo había escrito) .  

Ingenuamente pensé que tenía ventaja. Que los primeros tres temas mencionados estaban muy trillados. 

Invité a Sandra para que me acompañara a la premiación. Era el tiempo en que nos estábamos conociendo y trataba por cualquier pretexto evitar ir a comer o al cine. No tenía dinero ni para una taza de café. Entonces me inventaba cosas como, vamos a ver la exposición tal, ..., mira que mandé un cuento al concurso y mañana será la premiación.... Meses después Sandra me dijo que se había dado cuenta de la situación.

El orden de los tres primeros lugares fueron entregados a como me los imagné: Primero el dientón, segundo lugar para la estudiante de doctorado y el tercer lugar para la pareja. 

Acepto que mi cuento era malo, de hecho, fue mencionado al último, cuando el maestro de ceremonias mencionaba lentamente cada título menos afortunado y entregando a los concursantes una carpeta y una pluma fea. 

“Y por último... este cuento titulado El suicidio”

Me quedó viendo el dientón como si el dientón fuera yo.

Camino a casa, Sandra y yo nos reíamos de lo estúpido y fuera de contexto que sonaba el título de mi cuento, en un auditorio lleno de personas amantes de Star Wars y Viaje a las estrellas. 

Sandra me compró unos esquites y ahí olvidé la carpeta y la pluma fea. 

lunes, 3 de agosto de 2020

Tarde de lluvia. # 1648


Tarde de lluvia. # 1648

Tan solo tardaré diez minutos, me quedan diez minutos antes de las seis. Antes de seguir el plan neurótico del día. Si, me gusta mi empleo. No quiero perderlo en la pandemia como muchos lo han perdido. Si, quiero hacer las cosas bien cómo decía Esther cuando me ponía a sembrar las plantas, a barrer el patio, a hornear las galletas, a limpiar a los chanchos.

Está lloviendo, mi madre o Esther hacían milanesas cuando llovía. Sopa caliente de papa y queso gratinado. No perderé mi tiempo cocinando lo mismo, tengo pasta, frutas, té y café.

Está haciendo frío y es verano como en los veranos de vacaciones cuando me mandaban al campo recreativo donde había una alberca para aprender a nadar, pero el camino era lodoso y se atazcaba mi bicicleta, torpe siempre con algunas caídas sobre el agua puerca al lado de las sanjas de riego. Se escuchaban los sonfos felices con días así pero advertían no acercarse a verlos porque los lirios podían atraparte para morir ahogado. Siempre tuve miedo de morir ahogado o atrapado.

Ahora está lloviendo y me siento a salvo. Atrapado a salvo. Tan solo miro por la ventada el parque improvisado. Se formó un espejo de agua puerca. La mezcla es de lluvia y rastros de mierda de perro. Los perros son el pretexto de los vecinos para salir a pasear. Yo siempre le tuve miedo a los perros pero nunca lo dije. Pretexto. Mirate reflejado en el espejo de agua. Se ve lo mismo que te espera en los próximos meses. Turbio y frío. Incertidumbre y podredumbre. 

Los relámpagos. El aroma de la lluvia. El aroma del verano. En conjunto despiertan mis demonios, temerosos, despertaron pero siempre fueron bestias torpes que al final, si tan solo se quedan ahí, nunca serán peligrosos, porque ahora sin la cadena puesta no saben a donde ir.

Quiero un cigarro pero la caja está vacía. Tendré paciencia como siempre cuando todo termine.

Los demonios temerosos se apagaran lentamente como la fogata que se entrega a la noche con su anhelo infinito por ser revivida, por ser redescubierta.

¿Estamos encerrados?

¿Somos la cosecha que se está añejando para ser mejores?

viernes, 31 de julio de 2020

No quiero una cruz en mi funeral (parte 3)



-¡Ganaste! Me sentiré muy solo el día que no estés.
-Si algún día te sientes solo, busca la maravillosa ciudad de Tar.
(En Fando y Lis de A. Jodorowsky)


Que Dios te bendiga y que tomes la mejor decisión, eso me dijo Esther con la voz cortándose como aguantándose las ganas de llorar. En ese momento supe que Esther me quería, que me quería igual que a los otros niños, mis primos. Que en ese momento tenía su confianza para que vieran sus ojos reencarnar en mi, su recuerdo inmaculado, la reencarnación de su tío el cura, la persona más ilustre y santa, según comentaban, había tenido la familia. 

 Lamenté decirle después, bajo la iluminación del Espíritu Santo regándose en lo más profundo de mi conciencia, a escasos días de mi encierro en el pacifico seminario diocesano, que prepararme para cura me causaría la desesperación y agonía más grande del mundo, que me daba esa corazonada y que en la vida nunca había tenido una tan fuerte. La profecía de un nuevo cura en la familia se inventó, no se cumpliría conmigo y ni se cumplirá nunca como todas las profecías. Pero tan solo le dije a Esther que había descubierto que no era mi vocación y que mejor me iba a la universidad. Ella no comentó nada - ha bueno - dijo - y continuó preparando la crema de zanahoria.  

Esther se fue tiempo antes de que me diera cuenta que la necesitaría mas que nunca en la vida, cuando nunca antes me sentí más desorientado, más triste, más solo. Cuando obtuve la beca que me dijo buscara, cuando di clases en la universidad como ella lo hizo, cuando me fui al país que ella quería visitar.  

Siempre tuve celos del cariño de Esther, siempre hice lo que decía era correcto hacer, para que me quisiera más. Me enseñó a leer, me enseñó a cocinar, me enseñó a barrer, me decía que todo lo tenía que hacer bien, que para que cuando la gente viera que las cosas estaban hechas bien, inmediatamente dijeran que lo había hecho yo. Quise ser lo que Esther quería para mi. Mucho tiempo decidí que yo tenía que pensar en mi mismo, pero cuando más la extrañé quise regresar a ser su muchachito.

Nunca dije palabras genuinas, nunca le pregunté porqué una profesora de universidad se volvió católica, nunca le pregunté porque no me eligió como su acompañante en la premiación de sus cuentos infantiles si de sus nietos era el más lector. 

Las plegarias que nos enseñaron nos quitaron nuestra identidad, nuestra libertad de hablar. El respirador le robaba el alma lentamente, intenté hablar con ella, decían que escuchaba, pero me sentía un imbécil, absurdo, porque nunca le dije que la quería, que era muy importante en mi vida. Que me sentía vacío, que me sentía solo, que no le dijera a mis padres, no por la acusación, sino porque seguro los regañaría, como si mis temores fueran su responsabilidad siendo ya un adulto. 

Nunca la dije en aquella tarde de lluvia que necesitaba dinero para irme a tomar un café con Leticia. Esther me dió dinero por si necesitaba algo en la universidad. 

lunes, 1 de junio de 2020

Crónicas de un frito: Cartón y perfume francés.

Crónicas de un frito: Cartón y perfume francés.
 
Mi madre decía que tenía que ir a la escuela, para estudiar una carrera o aprender un oficio que no tuviera que ver con la fuerza física utilizada en el campo, como lo había hecho mi abuelo, en la construcción, o en alguna bodega de una fábrica. Que yo no aguantaría un trabajo así (cosa que tal vez no es tan cierta pero esa es otra historia). Mi padre fue una generación siguiente de hijo de obreros y campesinos, pero que había demostrado capacidad y talento para trabajar en una oficina, en el periódico estatal. Entonces, la descendencia involucionó de la fuerza bruta a soportar intensas horas laborales dentro de cuatro paredes, eso sí, no te da el sol, las manos se suavizan y la piel parece menos maltratada, pero como dice la canción "los riñones a reventar".

¿Porqué escribí el párrafo anterior? 

Para que tengan sentido el siguientes. 

Benjamín, osea, yo, nunca fue bueno en la escuela. La involución familiar se estacionó en mi haciéndome portador de la antorcha de "el que no tira la toalla", terminar, o esperar a que suene la chicharra que indique que puedes largarte, por lo tanto, todos mis méritos escolares se redujeron a eso: mientras caiga la desesperación y parezca que las cosas no tienen sentido entonces tú te esperas y te vas cuando todo termine.

No podía ser la excepción el denso curso de Introducción a la Redacción y Métodos de Investigación III y IV. Este era impartido por la profesora Guillermina, intensa y apasionada pero con una letra cursiva del carajo que saturaba la pizarra con una estructura lógica que se volvía difícil de descifrar si llegabas tarde. Guillermina nos contaba de su reciente viaje a parís y entre sus anécdotas nos contó que visitó la tumba de Jim Morrison mientras se llevaba las manos al pecho, en el centro, donde está el corazón. 

Total, recuerdo que muchos estaban por reprobar la materia porque ni de pedo llegaríamos a tlacuilos, nunca, y mis compañeros comenzaban a estudiar para el examen extraordinario. Como la profesora tenía amigos que escribían en el periódico que decían era de la izquierda nacional, mismo que nos hacía compar a a diario (hábito que nos inculcó), entonces ella y sus amigos organizaron un concurso de cartón político. La mejor caricatura, obviamente obtendría buenas calificaciones finales en el curso y también ganaría un perfume francés recién traído de las europas. 

Nadie hizo caso del concurso. 

Yo me robé un cartón político de los que le llevaban a mi padre para publicarlos en el periódico donde él trabajaba (que no era para nada de izquierda). Me pareció buena idea porque siempre las llevaban en opalina gruesa y dibujada con tinta negra (no sé de qué tipo pero era tinta muy densa y negra). Tomé la caricatura y traté de alterar la firma pero fallé, además de que la tinta que utilicé tenía una tonalidad diferente. Entregué la caricatura y días después Guillermina me dijo que era una caricatura muy buena, pero que sus amigos le dijeron que era profesional y que estaba firmada, además no era de izquierda, que probablemente yo no la había hecho, que fui el único en entregar una caricatura, además que no era mía y que el concurso se suspendía. 

Las últimas semanas del semestre platicábamos con Guillermina, le pedíamos que nos contara detalles de su último viaje de parís, le pedíamos que nos contara detalles de la masacre estudiantil del 68 (contaba, con casí una lágrima escapándose de su ojo, que ella se salvó por un pelito de rana calva), le pedíamos que nos contara cómo se vivieron los años sesenta y los setenta (que si ¿le gustaron las drogas?), y todo esto para que no nos diera las últimas clases del semestre, porque a Guillermina le apasionaba contar historias y claro que nos animaba a vivir las nuestras para en el futuro tener algo que contar. 

Guillermina no me reprobó, me puso una buena nota. 

Le pedí que me recomendara un libro, ella recomendó uno que se llamaba "Un viejo que leía poemas de amor", libro que después le regalé a Esther cuando estaba en el hospital, pero esa es otra historia. 


Gursa.

viernes, 3 de abril de 2020

No quiero una cruz en mi funeral #2

Sandra y yo tomamos vacaciones improvisadas, compramos un paquete de vacaciones que disque para que no preocuparnos de nada, nos cargarían desde el avión hasta el cuarto de hotel, aunque playa del caribe y bien diseñado, con todo y su barra de bebidas refrescantes junto con el restaurante donde los hombres teníamos que vestir camisa y evitar los guaraches, era peligroso si a algún cocodrilo se le ocurría pasearse, por eso fue accesible, por eso dejó ser improvisado.

Por mi parte prometí ser aburrido con mi deseo de hacer nada, echado como una papa inútil sería mi estado ideal cuando llegáramos. También avisé a mi hermano, ya sabes, por si algo pasa, que sepan donde buscarme.

Todo transcurría bien, llegamos a tiempo al aeropuerto (cosa rara de Sandra), fuimos sistemáticos desde el desayuno horrible en el aeropuerto hasta nuestro rito de tomarnos las manos antes del despegue porque Sandra piensa que me gusta volar, que no me da miedo, cosa que suele ser traumante después de terminar los capítulos completos de la serie de televisión “segundos catastróficos”, los detectives de accidentes aéreos.

Para quitar el aburrimiento, según yo, dije uno de mis chistes malos, que solo ella soporta con cariño, le dije que en esos momentos nadie habla de Dios, “sabes, en este momento dios nos tiene agarrados de los huevos”.

Mágicamente, más bien, azarosamente ocurrió una experiencia que le encantaría al cura de mi pueblo. El capitán dijo “próximos al aterrizaje”, el avión comenzó a descender rápidamente, más rápido de lo normal, los asientos vibraban como si estuviéramos regresando por la atmósfera de una misión espacial en el Columbia. 
 
Minutos después el avión comenzó un nuevo ascenso, pero brusco con las turbinas a toda potencia, que tuvo efecto como de montaña rusa. La gente lo sintió, la gente gritó, tímidamente, pues fué algo confuso, extraño. "Sandra, creo que esto no es normal".

Las turbinas dejaron de rugir fuertemente, el capitán dijo, "... tuvimos un aterrizaje fallido" , que supuestamente las causas era la alta nubosidad pero que si te asomas por la ventana el cielo se ve despejado.

Sandra me dijo que dejara hacer bromas sobre dios la próxima vez.

Dios no permita que interprete el azar como dones divinos.

Dios no quiera que la gente interprete los últimos segundos de mi vida como el arrepentimiento y una mirada de ojos luminosos a una religión verdadera.

Dios no quiera que pongan una cruz en mi funeral.

lunes, 24 de febrero de 2020

No quiero una cruz en mi funeral

Ayer caminábamos, en una de las calles empedradas (que dicen mandó a construir uno de los viejos dictadores para pasearse los domingos), en la noche, pasamos frente a una iglesia antigua y chiquita, bonita. En la puerta, de la pequeña iglesia sin atrio, había un letrero que decía “las misas dominicales son a las 8:00 a.m.”, mismo que motivó los deseos de Sandra por volver a tomar la costumbre de ir por la sagrada comunión.

Me mofé.

Imagínate ir a la iglesia cada domingo mientras duren nuestras ganas de estar juntos. Técnicamente no podríamos tomar la comunión, pues, en el pueblo dirían que estamos amancebados. Además, he blasfemado tanto al punto de merecer la excomunión, pero que de manera voluntaria la adquirí.

Nadie pudo ser más católico que yo, niño reprimido que aprendió a leer y escribir en la escuela de catesismo desde los cinco años, quien fielmente se introdujo al significado de los colores y el incienso junto con la música para cada rito, quien incluso estuvo encerrado una semana en el seminario para ser cura, pero que decidió salirse no por estar rodeado de homosexuales bien raros, sino, porque las posibilidades de que me enviaran a roma a estudiar las sagradas escrituras eran nulas, porque no estaba en tiempo; no aprendí griego, ni latín, ni hebreo ni arameo. Porque no tenía ganas de servir a un puñado de fieles con quien tenías que ser condescendiente animandolos a continuar con una forma de vida muy blandengue. Por tanto, yo no tenía alguna genuina vocación de servicio a la comunidad.

Sandra me contó que algunas veces escapó de la iglesía porque los sermones eran muy aburridos. Yo le dije que quizá no quería aburrirse más ...

Para continuar con la mofa, fingí ser una paloma de campanario, picando con las frases "un buen católico debe saber el significado de los ritos y los sacramentos, un buen católico debe conocer la historía de sus salvación, un buen católico está de hueva", como chingo con mi excremento ácido de paloma.

-¿Sandra quieres que te evangelice? Creo que no sabes bien el catecismo.
- Sandra yo te bautizo con el nombre de María, en el nombre del padre ...
- ... y si continuabamos juntos "ni de pedo se te ocurra que nos
metieramos a una chingada iglesia para contraer las nupsias" .

Sandra se molestó.

Sandra, tendría que contarte una larga historia, para que entiendas porqué me causa enojo, pero si muero antes de ti, por favor te encargo que le digas a mi familia no poner una cruz en mi funeral.

Nunca más en la vida

Nunca te quedó claro que jamás quería volverte a ver, al menos por mi voluntad propia.  Por tu parte tenías esa idea idiota de que podíamos ...