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miércoles, 5 de agosto de 2020

No quiero una cruz en mi funeral (cuarta parte)

La premiación del suicidio


Escribí un cuento. Quería ganar el premio para pagar los cinco meses de renta que debía, cinco meses que pasaron sin que el casero prudente me echara, cinco meses de mi vida en donde comenzaba a ser libre que a la vez significaba ser pobre.

Llevar el cuento al concurso de ciencia ficción tenía una ventaja, esto era la facilidad de predicción de los cuentos que concursarían y también de los concursantes. (Me creí con posibilidades de ganar)

Estarían los más imbéciles quienes escribirían sobre una nave espacial haciendo un viaje aburridamente largo hacia un planeta estúpidamente parecido a la tierra pero con tecnología que pretendiera ser más avanzada, pero, sin sustento lógico. El participante sería dientón, flaco, de cabello chino, acné y con una forma de reír tan forzada produciendo que la baba se escapara de su torcida boca, pero, con una práctica magistral la regresaría aprovechando las propiedades bizcosas. Seguiría riendo como si nada hubiera pasado.

Estarían los biólogos quienes escribirían de especies desconocidas, o sobre algún monstruo, o sobre algún virus letal, quizás sobre el apocalipsis mezclado con una historia de amor. Para ser distinto, alguno de los enamorados moriría. La participante sería la ayudante del laboratorio de plantas y animales II, estudiante de doctorado, guapa, a quien todos rendían homenaje buscando una posibilidad. 

Estarían los amantes de Julio Verne quienes novedosamente se trasladarían a principios de siglo para escribir una aventura no tan aventurada, más bien aburrida y forzada, pero que por alguna razón extraña, estas personas eran amantes de Lovecraft, entonces su gusto tendría como consecuencia la aparición de un espeluznante monstruo.... El autor sería un pseudónimo formado por los dos escritores quienes serían una pareja que vivió junta toda la universidad generando posiblemente su dependencia enferma entre sí, casi al límite de hasta acompañarse a cagar juntos. 

Por mi parte, amante de las matemáticas densas y las teorías de física teórica más inmamables, lector sufrible de Jorge Luis Borges (Nota al pie: pero no había leído Breve historia del tiempo), escribiría el cuento más robusto, difícil y aburrido para leerse. Sin embargo, en aquel momento pensaba en lo novedoso que sería escribirlo. Se basaría en el tiempo circular y el teorema de no recursividad de Poincaré (Nota al pie 2: Más tarde me daría cuenta de que Borges ya lo había escrito) .  

Ingenuamente pensé que tenía ventaja. Que los primeros tres temas mencionados estaban muy trillados. 

Invité a Sandra para que me acompañara a la premiación. Era el tiempo en que nos estábamos conociendo y trataba por cualquier pretexto evitar ir a comer o al cine. No tenía dinero ni para una taza de café. Entonces me inventaba cosas como, vamos a ver la exposición tal, ..., mira que mandé un cuento al concurso y mañana será la premiación.... Meses después Sandra me dijo que se había dado cuenta de la situación.

El orden de los tres primeros lugares fueron entregados a como me los imagné: Primero el dientón, segundo lugar para la estudiante de doctorado y el tercer lugar para la pareja. 

Acepto que mi cuento era malo, de hecho, fue mencionado al último, cuando el maestro de ceremonias mencionaba lentamente cada título menos afortunado y entregando a los concursantes una carpeta y una pluma fea. 

“Y por último... este cuento titulado El suicidio”

Me quedó viendo el dientón como si el dientón fuera yo.

Camino a casa, Sandra y yo nos reíamos de lo estúpido y fuera de contexto que sonaba el título de mi cuento, en un auditorio lleno de personas amantes de Star Wars y Viaje a las estrellas. 

Sandra me compró unos esquites y ahí olvidé la carpeta y la pluma fea. 

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