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lunes, 1 de junio de 2020

Crónicas de un frito: Cartón y perfume francés.

Crónicas de un frito: Cartón y perfume francés.
 
Mi madre decía que tenía que ir a la escuela, para estudiar una carrera o aprender un oficio que no tuviera que ver con la fuerza física utilizada en el campo, como lo había hecho mi abuelo, en la construcción, o en alguna bodega de una fábrica. Que yo no aguantaría un trabajo así (cosa que tal vez no es tan cierta pero esa es otra historia). Mi padre fue una generación siguiente de hijo de obreros y campesinos, pero que había demostrado capacidad y talento para trabajar en una oficina, en el periódico estatal. Entonces, la descendencia involucionó de la fuerza bruta a soportar intensas horas laborales dentro de cuatro paredes, eso sí, no te da el sol, las manos se suavizan y la piel parece menos maltratada, pero como dice la canción "los riñones a reventar".

¿Porqué escribí el párrafo anterior? 

Para que tengan sentido el siguientes. 

Benjamín, osea, yo, nunca fue bueno en la escuela. La involución familiar se estacionó en mi haciéndome portador de la antorcha de "el que no tira la toalla", terminar, o esperar a que suene la chicharra que indique que puedes largarte, por lo tanto, todos mis méritos escolares se redujeron a eso: mientras caiga la desesperación y parezca que las cosas no tienen sentido entonces tú te esperas y te vas cuando todo termine.

No podía ser la excepción el denso curso de Introducción a la Redacción y Métodos de Investigación III y IV. Este era impartido por la profesora Guillermina, intensa y apasionada pero con una letra cursiva del carajo que saturaba la pizarra con una estructura lógica que se volvía difícil de descifrar si llegabas tarde. Guillermina nos contaba de su reciente viaje a parís y entre sus anécdotas nos contó que visitó la tumba de Jim Morrison mientras se llevaba las manos al pecho, en el centro, donde está el corazón. 

Total, recuerdo que muchos estaban por reprobar la materia porque ni de pedo llegaríamos a tlacuilos, nunca, y mis compañeros comenzaban a estudiar para el examen extraordinario. Como la profesora tenía amigos que escribían en el periódico que decían era de la izquierda nacional, mismo que nos hacía compar a a diario (hábito que nos inculcó), entonces ella y sus amigos organizaron un concurso de cartón político. La mejor caricatura, obviamente obtendría buenas calificaciones finales en el curso y también ganaría un perfume francés recién traído de las europas. 

Nadie hizo caso del concurso. 

Yo me robé un cartón político de los que le llevaban a mi padre para publicarlos en el periódico donde él trabajaba (que no era para nada de izquierda). Me pareció buena idea porque siempre las llevaban en opalina gruesa y dibujada con tinta negra (no sé de qué tipo pero era tinta muy densa y negra). Tomé la caricatura y traté de alterar la firma pero fallé, además de que la tinta que utilicé tenía una tonalidad diferente. Entregué la caricatura y días después Guillermina me dijo que era una caricatura muy buena, pero que sus amigos le dijeron que era profesional y que estaba firmada, además no era de izquierda, que probablemente yo no la había hecho, que fui el único en entregar una caricatura, además que no era mía y que el concurso se suspendía. 

Las últimas semanas del semestre platicábamos con Guillermina, le pedíamos que nos contara detalles de su último viaje de parís, le pedíamos que nos contara detalles de la masacre estudiantil del 68 (contaba, con casí una lágrima escapándose de su ojo, que ella se salvó por un pelito de rana calva), le pedíamos que nos contara cómo se vivieron los años sesenta y los setenta (que si ¿le gustaron las drogas?), y todo esto para que no nos diera las últimas clases del semestre, porque a Guillermina le apasionaba contar historias y claro que nos animaba a vivir las nuestras para en el futuro tener algo que contar. 

Guillermina no me reprobó, me puso una buena nota. 

Le pedí que me recomendara un libro, ella recomendó uno que se llamaba "Un viejo que leía poemas de amor", libro que después le regalé a Esther cuando estaba en el hospital, pero esa es otra historia. 


Gursa.

Nunca más en la vida

Nunca te quedó claro que jamás quería volverte a ver, al menos por mi voluntad propia.  Por tu parte tenías esa idea idiota de que podíamos ...