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martes, 15 de septiembre de 2020

No quiero una cruz en mi funeral (5 parte): Los cursos de inglés

Los cursos de inglés

Andrea, la hija del alcalde, quién estudió desde niña en los colegios de paga, cursaba la carrera de relaciones internacionales en la mejor universidad del país, decidió el verano del 97 impartir el curso de inglés básico para niños pueblerinos que estudiábamos en la primaria local con maestras que eran amas de casa pero que por suerte del destino pudieron certificarse con el oficio de "maestras de primaria", mientras cuidaban de maridos borrachos e hijos mal criados que años después también serían borrachos.

Andrea no quería cobrar el curso de inglés, estaba en la edad romántica, esa donde uno piensa que debe contribuir al desarrollo del país preparando a las nuevas generaciones. Pero su padre el alcalde, negociante y cacique por generaciones, no lo permitió. Yo no me imagino cómo pudo ser el sermón.

Su padre facilitaría las cosas, para adaptar un aula en el pequeño edificio de la alcaldía. El aula que se ocupaba menos en la alcaldía era aquella destinada para la conciliación de familias disfuncionales, done niños oliendo a orines tuvieran la visita con su papá alcohólico quien aprovecharía valioso tiempo explotando su mejor ingenio para lograr llevar a la cama a la exesposa, solo por el placer del convenciminento. Bueno, sacarón del aula toda esa mierda de junguetes podridos y mesas forradas de colores, adaptaron una bonita aula pintada de blanco que hacía relucir los dos ventanales grandes, que eran una gran decepción, pues cuando te acercabas para asomarte podías ver un pequeño patio privado que servía como el estacionamiento personal del alcalde. La vista era mejor si permanecías sentado, alejado como 5 metros del ventanal.

Algunas veces pienso en Andrea, cuando destapo los plumones intensos segundos antes de mi muletilla: "Bueno muchachos, los temas que vamos a cubrir hoy son ... entonces..."

Cuando yo caminaba en el pasillo que conducía al aula de inglés del segundo piso en la alcaldía, el olor de los plumones del pizarrón delataba la presencia de Andrea. Contrario a las muchachas de su edad, Andrea vestía faldas cortas en verano, o una falda larga con una abertura grande que no sé cómo se llama. Andrea era desinhibida, podía sentarse en la posición que quisiera sin miedo a que alguien le dijera algo. Bueno, lo digo, porque su comportamiento era tan natural que pareciera que no le importaban los prejuicios incómodos que las señoras cuchicheaban cuando Andrea pasaba quitada de la pena los domingos en el atrio al final de la misa dominical del medio día.

Mi primo Alfredo es dos años mayor que yo, siempre ha tenido la virtud de la puntualidad. Yo lo tenía también. Llegábamos temprano y Alfredo siempre tenía cosas que preguntar, sobre lo que fuera. Cuando Andrea vestía con la falda larga de gran rajadura, Alfredo miraba por debajo cuando Andrea estuvo sentada sin darse cuenta del descuido de enseñar media nalga. Alfredo nunca tuvo miedo de muchas cosas. Por mi parte me quedé mirando hacia arriba, queriendo mirar abajo, bueno, mirando hacia abajo por periodos cortos de segundos, pero no podía tener la mirada fija como la de Alfredo, yo tenía miedo que Andrea se diera cuenta de que estábamos de mirones.

La semana que Alfredo estuvo enfermo de varicela me convirtió en el único estudiante puntual. Un día llegué y Andrea estaba con una amiga. "Mira él es Esteban, Esteban ella es Karina".... "Esteban porqué te pones rojo"... "Esteban es muy penoso"... "Esteban, Do you want to read the leasson 24?, Dracula"

Esa tarde me volví impuntual.

Esa semana esperaba junto a la escalera a que otro alumno se acercara para no llegar solo a la clase. Andrea, repitió por más tiempo la frase de "No te pongas rojo..."

Hay más cosas, como la vez que su amigo el gringo visitó el pueblo para ponerse Borracho en la feria y que en un acto patético le llevamos regalos, "que no se diga que somos descorteses".

O tal vez la tarde cuando Karen estuvo a punto de caerse del ventanal por culpa de Mauricio quién intento empujarla, solo para dar un susto. Esa vez fue la última clase de Andrea, el día, yo supongo, que supo que darle cursos de inglés a niños pueblerinos era una tarea muy difícil.




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