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sábado, 11 de agosto de 2012


Beatriz

A: Mariel Uguin.

Me escapé 3 dias corriendo sin parar en la carretera hasta toparme con un pueblo que aún conserva su toque colonial. Me instale en una posada a las orillas del centro de aquel pintoresco lugar y caminé hacia el parque central. Me pareció extraño ver construida en el lado sur la iglesia antigua de piedra rosada y una puerta muy bien conservada de color café oscuro. Frente a la iglesia estaba el palacio municipal también de piedra rosada; en realidad todo el parque estaba construido con esa piedra. Del lado poniente se encontraba un viejo y grande edificio que en su interior era un mercado y del lado oriente había una especie de portales de dos pisos que albergaban una heladería y cafetería. El lugar tenía un olor agradable a café tostado y molido. Estuve ahí hasta que se oscuresio después de que en el horizonte brillaba el contorno dorado de las nuves como suele verse en las tardes de verano.

Me dispuse a caminar por una de las calles que estaba a un costado con paredes pintadas de color naranja y en algunas ventanas había azulejos blancons con figuras azules como las vajilla especial de mi madre. Al fondo en la esquina con la calle “Caudillos” se encontraba una pequeña libreria con la puerta muy estrecha y dos ventanas en forma de rectángulo con cuarados en su interior que dejaban escapar las luces tenues que había en los estantes que albergaban libros muy especiales. Eran libros muy costosos porque se trataba de las primeras ediciones impresas, también había libros en frances, en latín y Aleman; una biblia separada por sus 72 tomos y unos pergaminos enrollados con mangos demadera que tenían ese olor penetrante y chillon.
Al fondo en un escritorio oscuro frente a una computadora blanca con una manzana brillante se encontraba Beatriz con esa sonrisa luminosa que recuerdo mucho desde nuestra niñez cuando su madre festejaba su cumpleaños con migo y los otros niños de nuestra camada. Ella me dijo “¡Arturo!”; la salude con un beso en la mejilla y nos abrazamos. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, desde que murió su hermana ahogada con una pelota del juego de matatena que felizmente hayamos en un paquete de chocoretas. Su madre decidió abandonar el pueblo después de ese trágico accidente y siempre le pregunte a mamá acerca del rastro de Beatriz pero no sabía, nadie sabía a donde se habían marchado. Se rumoraba que tenían familia en el norte del país; otros decían que se habían mudado muy cerca del pueblo. Llegue a recordarla cuando era necesario esculcar los cajoes en donde mi madre guardaba mi acta de nacimiento porque al lado se encontraba un paquete con fotografías; en ellas aparecía beatríz con su sonrisa y vestidos; uno rojo con bolitas blancas, blanco con bolitas rojas, azul con cuadros, etc...

¿Puede una persona enamorarse en la niñez? Quizá sea un amor puro como muchas cosas en la niñez incluido el odio. Nuestras madres entre sus bromas extrañas habían hecho el pacto de que algún día nos casariamos despues de estudiar en la universidad de la capital. Algunas veces sentía celos cuando otro niño la perseguía corriendo y ella con su risa exausta de esas cuando el aire está ausente.

En ese entonces no había rastros de mis hermanos y Beatriz era lo mas cercano quizá a una hermana. Aquella tarde en la librería me dió mucho gusto verla, pero no pude decir nada, nisiquiera un hola, o “¡Qué demonios estás haciendo en este lugar?!”. Me pregntó - ¿Estás de vacaciones?. -
-Algo asi- le respondí.
Ella me miro con un gesto de extrañeza e ironía. Yo le respondí con el viejo chiste que he cargado no se desde cuando; aquel que dice que soy amigo del viento y que él me había conducido hasta ese lugar. De alguna forma expresó la insuficiencia de aquel argumento y le conte la verdad, que había llegado vagando y sin rumbo a aquel lugar, me dijo que quiza mi madre estaría preocupada... y por cierto cómo está ? - me pregunto.

Pues bien ya empizan a salirle canas en el cabello. - respondí.

Le dije también que esa tarde me sentía cómodo en aquel pintoresco lugar. Y ella como guía turistica comenzó a recomendarme ciertas visitas a ciertos lugares. Por la noche me llevo a un paseo en una especíe de veículo que simulaba ser un tranvía pero sin vías. El recorrido duró como una hora y no platicamos mucho porque escuchabamos al guía. Ella me dijo que estaba ahí pasando las vacaciones trabajando en la librería de su abuelo y que estaba muy agusto porque el ruido de la capital de aquel estado la tenía fastidiada. Cuando terminó el paseo en el tranvía inmediatamente detubo un taxi para regresar a casa de su abuelo; como si escapara. Recordé la niñez cuando le gustaba hecharse a correr para esconderse y asustarse. La verdad tenía muchas ganas de expresarle cuanto la extrañaba. La noche fue un poco larga porque no dejé de pensar en ella.

Al dia siguiente me levanté muy tarde como a las 11:30 de la mañana y desayune en el mercado. Había una tienda artesanal de instrumentos musicales de madera de pino y estube entretenido por buen rato. Después me dirigí a la librería pero Beatriz no estaba, regresé mas tarde pero ella no llegó. Vagando por las calles pintorescas encontre una especie de parque undido con árboles naranjos, limas y limones tenía un olor muy agradable. En una de las banquitas estaba Beatriz leyendo un libro de pasta amarilla con manchas rojas. Me senté al lado de ella e ignoró mi presencia. “Bety” le dije. Ella cerró el libro y me saludo sin mucho afán.

Después del accidente de su hermana no hablamos, era la primera vez que nos veíamos y sospecha que Beatriz tenía cierto rencor conmigo. “Es muy pintoresco este lugar” le dije. Ella resondío un poco sería “Si es muy bonito”. Le dije que la extrañaba mucho y me dí cuenta que seguía siendo la misma niña que conocí hace mucho tiempo, cuando se enojaba y dejaba de hablarme. No fue mi intención encontrarla.

El aroma de los naranjos y su piel en esa tarde de verano fuerón como las tardes de la niñez cuando jugabamos en casa de Emilio. Nunca imaginé probar el dulce sabor de sus labios confundidos esa tarde. Fue mejor ignorar el pasado y depues de cenar en los portales me mostro a las afueras de la ciudad un mirador con telescopios de monedas donde en el horizonte la luna se mostraba amarillenta.

A la mañana siguiente desperté muy tarde y ella se había ido, solo quedó el aroma de su cabello en la almohada. Siempre tubo ese comportamiento extraño de escapar después de correr, jugar .... volar.

La busqué, no pude encontrarla y quizá nunca en mi vida la encuentre.


Gerardo Urrutia. Ciudad de México Julio/Agosto 2012

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