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sábado, 22 de agosto de 2015

Pensamientos en el balde



Pensamientos en el balde


A decir verdad, no me he fabricado la virtud de repetir exactamente párrafos o referencias librescas, tampoco he aprendido un solo poema de memoria. No es apatía, simplemente no lo he considerado necesario hasta ahora. Intento hacer un relato, pero también me cuesta trabajo, de modo que no podré reproducir fielmente la discusión vespertina que me hizo entrar en pánico y cuya conclusión es la incapacidad por demostrar que persibes, efectivamente, la realidad.

Como en estos tiempos modernos comer por la tarde es un lujo que se dan los ancianos retirados, y en vista de que no soy uno de ellos, la comida posterior a la charla, que pretendía ser a la misma hora, tuvo que postergarse hasta la noche. Arruiné la cena y el vaso de agua que me estoy bebiendo en este momento pensando que podrían ser una especie de espejismo, incluso la cama donde pretendo dormir, y ya entrado en sueños pensé que no habría distinción entre lo que estaba ocurriendo despierto o dormido. ¿Cómo podía darme cuenta?

Sonaron las sirenas de ambulancias repetidas veces, no supe si eso sucedió en un solo instante, tuve la sensación de que el tiempo regresaba y adelantaba su curso, como el track defectuoso de un cd se escuacharon más ambulancias circulando en frecuencias de cinco minutos. Supuse que estaba pasando algo en la ciudad, algún suceso que necesitaba de todos los paramédicos disponibles a altas horas de la noche. Tomé el celular para consultar las noticias de último momento, pero nada. Saltó a mi mente el pensamiento de que la ciudad se encontraba en ruinas, no me atreví a mirar si los libros seguían en su lugar apilados sobre el escritorio. El pánico se hizo presente.

Después me levanté rápidamente para verificar que la puerta estaba bien cerrada, luego me tumbe a la cama para escapar a mi suerte rogando un profundo sueño.

Días pasados le dije al terapeuta que hace mucho dejé de soñar. Me explicaba que el subconsciente revela por medio de los sueños nuestros más profundos deseos, pero mis sueños son de muerte, una muerte confusa e indecisa, no está segura de sí como si dudara de su existencia. Dudo, podría catalogarse esto como un deseo. Creo que ya se.... Pero tampoco puedo recordar los sueños fielmente, y mejor decidí abandonar las sesiones.

La cama está en la sima de una montaña, y caigo rápidamente mientras el espacio se deforma para absorber cada parte del cuerpo en dirección distinta de la geometría. No sabes si estás cayendo y el corazón se siente oprimido. El cuerpo no se destruye, me siento a mi mismo con la misma consistencia pero en comprensión distinta y esto no es doloroso, pero se trata de una sensación incomprensiblemente incómoda.

Después, la pequeña habitación se vuelve infinita y sin punto de referencia es similar a un bosque oscuro donde siempre tienes la sensación de estar perdido.

Algunas veces, cuando tienes el control del día ¿podrías decirte a ti mismo que no importaría el hecho de dejar de existir. Pero en noches con sueños de muerte, con olor a muerte, no sabrás si estás seguro de la primera afirmación. Incluso quizá ya estés muerto.

Y al despertar no estás seguro que has dejado de soñar. Haces una llamada telefónica, te tranquilizas pero la sensación sigue ahí.




Ciudad de México, Agosto 2015.

lunes, 17 de agosto de 2015

14-15 de agosto

    Es una de esas noches, donde no quieres regresar a casa, porque el efecto del café tomó como víctima al tiempo, el reloj apresuró sus manecillas y le quitó justicia a la noche, la despertó temprano. Tengo la sensación de que no debería ser de noche, con mis ojos completamente irritados y alertas, los nervios de punta y la luna ausente.

    Una de esas noches, donde no quieres regresar a casa, ya es tarde en la estación del metro y se vuelve un lugar lúgubre. Extraños transeúntes se adueñan de los últimos espacios para devorarse a si mismos, con ansias de vampiros hambrientos. No son los típicos enamorados que se perfuman y lavan antes de la visita, el sudor a causa del ambiente infernal sugiere que se deshagan de la gruesa vestimenta. Adentro es el infierno pero afuera hay amenaza de tormenta. 

     Las cucarachas están escondidas, pero en sustitución se encuentran niños deslizándose por el pasillo, con sus suéteres y pantalones sucios; sus manos cubiertas por una mezcla de mugre y salsa roja de las papas fritas que se comieron minutos antes de arrastrarse; sus padres están cansados de la garganta, instrumento que emite incontables veces el mismo discurso falaz para pedir limosnas.

    Es una de esas noches, donde no quieres regresar, porque a estas horas debes cuidarte de la patrulla de policía que ronda cerca de la casa, puede hacer cualquier cosa menos cuidarnos a los habitantes de la manzana. Esta noche extorsionan a una pareja que estaba encerrada en su auto al lado del parque, porque ahí les agarro la noche y tuvieron ganas. ¿Que hay de malo en eso? Entonces baja el policía más cerdo y cagante con la esperanza de ver mínimo una de las tetas descubiertas de la chica, pero le falla el cronómetro interno, apenas con la leve luz de la lámpara alcanza a ver el rápido movimiento del joven amante poniéndose su camiseta. Este se baja del coche y comienza, con la billetera en mano y sacudiéndose la cabellera, el juego de intercambio de palabras que concluye con la paga de una cuota informal.

   Es una de esas noches donde no se quiere llegar a casa, porque al abrir la puerta escucharás a la molesta vecina con sus comentarios de mal gusto. Emitirá frases con observaciones evidentes cuyo objetivo es claro, pretende ser hiriente, dando en el blanco de la crítica personal. Intentando imitar a un personaje de televisión que adoptó en la adolescencia para hacerse de una identidad distinta a la de sus compañeros pueblerinos. Se siente divertida, después reafirmará, prudentemente, su autoestima basada en su relación sentimental, cuenta lo fabuloso que es el hecho de que alguien le haga olvidar su vida miserable y el fracaso que sintió cuando la ciudad devoró de forma atroz los sueños que construyó sentada en la jardinera de su escuela secundaria. Escucharás para que se aparte de tu camino, así sofoca su soledad. Piensa que con sus palabras sofocará la tuya pero te importa un carajo su presencia, cuando se aparece quieres escupirle la cara.

Se acerca Miguel, el gato del vecino, criatura que finge ser cortés para que le regales una lata de atún.

  Es una de esas noches donde te acuestas, abres una hoja al azar y terminas leyendo "yo nací un día que dios estuvo enfermo". 

  Después miras fotografías que pretenden ser importantes cayendo en la cuenta de que hubiese sido mejor estar solo y no estar acompañado de esa gente, o hubiese sido mejor no despertar aquella mañana y quedarte dormido eternamente, si tan solo el sueño se compadeciera de ti, porque hasta eso te abandonó.

  Es una de esas noches donde te inventas el pasatiempo de corregir textos que luchan por no ser inconexos.

  Es una de esas noches donde no quieres llegar a casa porque todo estorba; la gente, el policía, la vecina, el gato, el libro de poesía, las fotografías, el monitor que desgasta irritando los ojos alertas, y la taza sucia de café que dejaste en la mañana porque se te hacía tarde.

  Te preguntarás si el sueño llegará, otra vez, poco antes de que salga el sol para que tengas la sensación de que debes levantarte de nuevo.







Agosto.

Nunca más en la vida

Nunca te quedó claro que jamás quería volverte a ver, al menos por mi voluntad propia.  Por tu parte tenías esa idea idiota de que podíamos ...