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domingo, 10 de julio de 2016

Caminos

No volví a caer en el mismo error de subirme al transporte y que tome una ruta distinta, parece que el metrobús ya no pasa por ese camino.

Cuando conoces las calles de la ciudad, esta se vuelve cada vez más finita, uno lo sabe a medida que el tiempo parece correr con tasa menor.

El café se terminó y parecía que tenía la escusa perfecta, bajo mis días y mi vida de condicionantes, el reloj mostraba que el tiempo era a mi favor. Faltaba media hora para encontrarme en la cita de las cinco en punto frente del monumento a la revolución. Entre las opciones de la cafetería de paso elegí "la habana", quizá por la recomendación de una vieja amiga de la preparatoria que sugería ese lugar para nuestra próxima reunión, pero que la otra más fresa, siempre haciendo las cosas más dificiles, propuso algún lugar difícil en la condesa.

Bueno, la idea era pasar pero no pasé.

Salí del metro juárez, entre las banquetas invadidas por puestos de portafolios, plásticos para que los teléfonos celulares y tacos de carne de dudosa procedencia, hubiqué una calle principal que no recuerdo el nombre, pero supongo principal, porque en el fondo se veía el monumento a la revolución y además cruzaba avenida reforma.

En una esquina, que después supe la calle era la parte tracera o alguna de las entradas del periódico "el universal", di la vuelta, porque me llamó la atención un cine con un símbolo chino. La calle es vieja, y alguién con un estricto sentido progresista diría que muy jodida. A mí, no se porque, tal vez me recordó, o recordé el cuento de rafael bernal del complot mongol, pues la calle es vieja, antigua y con el abandono chino o extrangero. El contraste al esplendor de la ciudad, de "avenida reforma", y esa estúpida costumbre que tienen los pobretones de caminar por ella. A mí ciertamente me abruma, me ofusca, me sofoca el humo de los automóviles desesperados por la gran cantidad de semáforos.

Bueno, el caso es que me metí en la calle tracera al edificio del periódico "el universal". Es vieja, con un toque de pesadilla de persecusión. No se como definirla, yo no diría que inhospita, yo diría que con contrastes. Vagabundos tirados y a la vez jente con portafolios (también los hay en reforma). El cine, con ese olor a palomas de caramelo, realmente no dan ganas de meterse ahí a menos que seas un estudiante post-puberto y pre-adolescente, creanme, esa etapa existe.

Fondas viejas, con mesas y sillas viejas pero resistentes, supongo con buena comida, una cantina convertida en lonchería, dios es una especie de inframundo. Doblando en la primera esquina hay una cafetería, dice "cafetería y artículos antiguos", y por ella regresaría porque me generó una especie de nostalgia.

Quisiera encontrar la forma más acertada para hacer la descripción, en un tono que no me haga parecer sorprendido por la desigualdad, como si no estuviera acostumbrado a cosas así. Tal vez fue la exitación de no saber que sucede realmente, que entre tus pasos el relieve se deforma, el aire debería oler mal pero no es así, el vagabundo podría sacarte una navaja y no es así, el señor de traje no debería estar ahí, y yo perdido, que verga...

Un edificio como iglesia lléndose de lado. Un escenario exitante de pesadilla, pero hóspito, el corazón de la ciudad, que perdura en lugares así, no la hipócrita avenida reforma.

                                 II

Me quedé dormido dos horas más lo cual retrazaba el plan del día. No se pudo resistir mi estómago al desayuno, antes de que caminara al banco a cambiar el cupón que me ayudaría a sobrevivir el verano.

Cambián las cosas cuando uno canjea esos cupones, uno puede cumplir simplemente las necesidades que un día antes parecían imposibles. Entré a la cafetería y a la señorita le dió hueva venderme un café por motivo de la hueva de contar monedas para el cambio.

Por la tarde visité a papá. Me gusta caminar con él y no lo había notado. Recuerdo la vez que me llevó al museo de las intervenciones, no se porqué sentí esa emoción oculta. Recuerdo todo, la camisa azul que yo llevaba puesta, el pantalón que se untó de algo apestoso, los tenis.

Ahora también, me dijo que si tenía tiempo de acompañarlo al correo y acepté. Llegamos a uno de esos viejos parques, realmente lo desconocía, pero no me parece un mal lugar. Parece uno de esos viejos lugares conocidos, que algún tiempo fueron muy populares, pero que la gente olvida. Almenos conté cinco cafeterías, pero con gente mayor a los 50 años en ella. Papá explicaba que el quiosco del parque era giratorio, y que probablemente segía así... en el fondo el cine y una heladería... etcétera.

Pude imaginar que realmente estaba bien, en aquel tiempo, sería más hóspito. El lugar tiene un aspecto de nostalgia y olvido, de soledad. Ahí están los cafés que buscabámos mi querida Mary, ahí puede uno estar sentado leyendo o escribiendo. Ahora solo falta probar el café.

Al llegar a la oficina de correos la señora dijo que no se podía facturar, "que no había sistema". Yo pienso que más bien no hay quien sepa usar la computadora, ella tenía facha de inepta y huevona. De que le da hueva aprender a utilizar la computadora. Si, eso es.

No pudimos utilizar el correo.

Mientras tanto yo, en mi ensueño, parecia que tal vez ya había visitado ese lugar, por los letreros del transporte público recuerdo que por ahí había un museo de geología. Le pregunté a papá y dijo que no. Yo sospecho que sí, tal vez regrese, con mi libretita... porque efectivamente, los lugares son tan viejos que no tienen clavijas para lap-top, pero no importa, son bonitos.

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