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lunes, 12 de diciembre de 2022

Historias de Diciembre - Salidas a Escondidas. I

Siempre me gustó salir con Liliana porque parecía que tenía un aire delicado. Me gustaba como tomaba el tenedor para comer el postre. Me gustaba que dijera que le gustaba el café aunque al final le pusiera azúcar. Me gustaba su perfume tenue y su voz suave. Me gustaba que podía descifrarme, que podía hacerme sentir especial, con la sensación de que podía ser diferente a los demás aunque al final no tuviera preferencia por mí. Me regaló un disco y un libro que conservo, objetos que después de unos años, en los que dejé de verla, adquirieron más valor, porque se dejaron de producir discos y porque el autor del libro -premio Nobel de literatura- murió cerca del barrio donde vivíamos, muy cerca de la universidad. 
Contacté a Liliana algunos meses después de que cortara con mi novia con la que duré cuatro años. Nos miramos en la cafetería más bonita de la ciudad, a los ojos de los nerds, pero con la peor comida, pues después de nuestro reencuentro pasamos fuerte dolor de estómago que semanas después nos confesamos. 


Otros fines de semana posteriores seguimos viéndonos para ir al teatro y conciertos. Tomamos mucho café y estudiamos para exámenes que teníamos que presentar para los estudios de posgrado. ¿Porqué hacemos esto si ya podríamos estar trabajando y tener una familia? - Nos preguntábamos-. No sé, por miedo quizá. 


La semana previa a mi cumpleaños, escuchamos la quinta sinfonía de Mahler. Yo estaba voladísimo. Yo y mis placeres extraños. Escuchando una de mis sinfonías favoritas al lado de la chica que me gustaba en la infancia. Después nos fuimos a cenar, mientras en el camino, le contaba algunos de los escritos más graciosos de Ibargüengoitia, como el de la mano de Obregón, pues pasamos al lado del parque construido en su honor. Rematamos en un bar donde hacían un tributo a Pink Floyd. 


Estava voladísimo, al calor de la cerveza y un par de abrazos previos estaba listo para besarla. Mientras su rostro se llenaba de una especia de pena o lástima, le dije, acompáñame a la playa, voy a ir el día de mi cumpleaños. -Déjame ver- dijo ella. Tomé un trago a mi cerveza, canté y le dí una mordida a mi bagel, cuando ella discretamente se tomó una fotografía que le mandó por mensaje a alguien. Después me dijo - mira que estás pasándola bien y me da mucha pena pero tengo que irme -. 


Era bastante tarde, ofrecí llevarla a su casa, me parecía bastante peligroso que se fuera a casa y bastante vergonzoso, que su novio o pretendiente, a quién le mandara la foto fuera por ella. Nos despedimos en la entrada de su casa. Me miró triste, si, como si se hubiera dado cuenta que me sentía muy solo, como si hubiera descifrado mi deseo más profundo de estar con ella. No te vallas por favor, quédate conmigo, ven conmigo a la playa, vámonos de la ciudad hace mucho frío. 


Regresé al bar, salí de ahí cuando se llenó de vampiros que cruzan después de la media noche. Llegué a casa, vomité y quedé dormido. Al día siguiente miré mi teléfono. Liliana había mandado una foto, donde estaba recostada y con la frase “tenía frío, necesitaba mis cobijas calientitas”. Desde entonces, no la he vuelto a ver.  


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