El cinismo era la solución. Tomar el santísimo sacramento sin habernos confesado.
Tomar el dinero de las limosnas.
Estar, detrás del altar, tocando los muslos de Aleja, y su perfume y rizos.
Cantando ebrios a las puertas cerradas.
Mirar a los ojos al diablo, y comulgar, para decir, ya no tengo miedo de irme al infierno.
No podrás controlarme nunca más. - pero no contaba con el dinero -
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