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domingo, 13 de septiembre de 2015

Sábado

Miré las ampulas de mis pies, y me parecía tonto la invalidez que provocaba el contacto de la carne sin piel con las sandalias.

En la cocina escuchaba canciones de cuando tenía doce o quince años, lo que significó recordar a toda esa gente, a mis primeros y pequeños amoríos frustrados de invierno con frío y luces ¿dónde está ahora toda esa gente?  Me pregunté, ¿qué están haciendo en este Momento? Por un instante se me escurrio la nostalgia cuando se escuchaba "hoy hace un año, las calles frías me han visto pasar".

La ausencia de piel me la cubrí con unos cintas "curitas" que me regaló la amable vecina de abajo, como en secreto, decía que esas cosas les pasaban a las chicas cuando utilizaban zapatos extraños. Pero lo mío era causado por el juego matutino de baloncesto.

El chico que ponía la música en el playlist de su laptop me preguntaba qué quería escuchar. Le pedí que pusiera  "no necesito una amante ahora dejame tranquilo" para recordar esos ambientes de borrachera, y otra más con lluvia de frases de perro malherido acomodada poéticamente y con ritmo de blues. Mi presencia, supongo, hacia ácida la situación, y yo miraba al chico concentrado escribiendo en una hoja de papel una numeración en sistema binario.

Decidí irme de aquel lugar para regresar a casa con mi familia.  A buena hora, sábado a las nueve de la noche, una hora incierta dónde en cuestión al tráfico puede pasar cualquier cosa.

Con los curitas en mis pies, podía sobrevivir el caminar, pues la carne debajo de la piel rosaría con los calcetines.

Antes de salir alguien me advirtió que podrían robarme, insinuando que podría ser alguien como un unicornio femenino, pero recalque que no tendría interés y a mi mismo de tener algún interés por alguien.

Tampoco yo tenía pertenencias valiosas que algún ladrón pudiese robar en ese momento.

Si alguien tenía que robarme algo, tal vez era está angustia, este dolor inútil. El reloj que ya no sirve y que hay que llevar a ajustar, para que quizá le roben piezas.

Camino en la ciudad y me sorprenden las calles, las lluvias pasadas dejaron siscada a la gente. Exactamente a esta hora y en días pasados han caído las lluvias más fuertes de los últimos diez años. La avenida está vacía y tal vez pienso que es momento para regresar a casa. Se respira este ambiente sombrío y de descanso, cada vez tolero más la ciudad, después de vivir más de cinco años en ella, tal vez me vuelvo más tolerante.

El metro viejo y lento se tarda en llegar al anden y obviamente pienso en la cantidad de personas que se acumularán y que probablemente no me vaya sentado y yo con estas putas ampulas.

Encuentro vacío el lugar prohibido, el de discapacitados y no quería ocuparlo pareciendo un patán, pero considero que están noche si lo merezco.

En estaciones posteriores se llena el vagón y me quedan viendo con mirada de que no debo estar aquí sentado. Tendría que quitarme los zapatos y mostra a todos las ampulas. Las señoras y señoritas quieren el lugar, piensan que la hepoca de los caballeros ya terminó, más bien la época de la amabilidad. No me importan lo ojos de esa señora cansada, no me levantare para arruinar las plantas de los pies. Nisiquiera fingiré estar dormido.

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