Todo aquí es ficción, obvio.
Pero si no lo escribo me voy a reventar como lata de frijoles al fuego lento.
Son las 5:12 de la mañana y el andén huele a humedad rancia, a calcetín mojado y a ansiedad colectiva. Yo, equilibrista de mi propio precipicio, me asomo con la punta del zapato al filo de las vías y pienso en lo bonito que sería dejar de pensar. Hoy ni siquiera parpadeé en la noche ―gracias, Sofi, por mandar esa foto donde sales abrazada a tu nuevo gurú de autocontrol; gracias por recordarme que el que antes te sostenía el mundo era yo y ahora apenas sostengo la mirada para no parecer un loco llorando en público―. “Acosador”, les dijiste a mis compañeros del proyecto; “psicópata de oficina” lo resumió Recursos Humanos. Qué ironía: yo, que me pasé meses ignorándote porque tenía que entregar reportes en lugar de escuchar tus crisis, y tú, que decidiste prender la fogata y bailar alrededor de mi reputación hasta que oliera a carne quemada.
Podría saltar, claro. Sería rápido: un destello metálico, tal vez un grito ajeno, titulares digitales al medio día. Pero entonces recuerdo que, antes de salir, el estómago gruñó con la dignidad de un perro sarnoso y solo atinó a pedirme algo humilde: huevos con tocino, bien doraditos, pan embarrado de mantequilla barata. Me sorprende lo fácil que un antojo grasoso le gana a la muerte. Cierro los ojos, respiro hondo, cuento el dinero: 87 pesos con treinta y cinco centavos. Suficiente para el desayuno en la fondita de Don Lupe y, con suerte, un café que despierte esta carcasa. Después… bueno, después veré si todavía tengo empleo o si al fin se cumple la profecía de mi sobresueldo en cero. Sofi seguirá con su mesías de cartón, mis compañeros seguirán creyendo que soy un loco peligroso, y yo seguiré siendo un hombre que casi se lanzó al tren pero se rindió ante el olor imaginario del tocino crujiente. Quizá eso sea esperanza, o quizá solo sea colesterol precoz: da igual, mientras sepa a casa.
Total, la tragedia siempre puede esperar otros cinco minutos; la freidora, en cambio, cierra a las seis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario