Ella me enseñó que las personas eligen. Es algo tan básico, pero me costaba trabajo entender cuando yo buscaba que ella me quisiera.
Ella me enseñó a ver la libertad de las personas. Ellas pueden aparecer y desaparecer a su antojo.
Ella me enseñó que las personas aparecen cuando realmente las necesitas, no por capricho, y que debo estas dispuesto cuando se me necesite.
Ella me enseñó que en el amor yo no tenía que ser el más apto, sino estar en el momento indicado y lanzarme. Por tanto aprendí a quererme a mi mismo.
Aprendí a sentir la nostalgía escurriéndome en los huesos, ese intenso fuego helado recorriendo el tuétano, que no me puedía quitar y que tan solo olvidaba en periodos de escasas horas, pero estaba ahí esperándome, aconpañándome pacientemente. Ese fuego helado me quiebra, me quebró, y concluí que podía morir en la nostalgía y que más me valía aprender a lidiar con él, como un buen amigo, finalmente ese fuego te enseña el don de la paciencia.
Ninguna frase motivacional funciona a menos que converja la voluntad de dos personas. En ese momento la felicidad durará algunos minutos, si tienes suerte horas, pero se desvanecerá y quedará en un buen recuerdo, como la última tarde que la miré, a ella, desvaneciéndose como en un sueño, de hecho, tuve la sensación de despertar en una mañana soleada sintiendo mucho frío.
Estuvimos juntos, no recuerdo bien cuanto, pero fue lo soficiente para pensar que se quedaría, o más bien su presencia era más cotidiana que otras veces. Nos mirábamos cada tarde terminando el trabajo, nuestro trabajo tiene algo de científico. Debo confesar que cada tarde tenía miedo de que ella se fuera, como otras veces antes. Pero yo me sentía aliviado al recibir sus mensajes cada tarde para pasar a recogerla al final de la jornada.
Me contó de su último trabajo mostrando resultados de laboratorio destacando una serie de pulsaciones cuyo periodo me recordó que podían explicarse con los eigen valores de una simple solución de la ecuación maestra de la mecánica cuántica clásica. Bien, le dije que podía explicarle. En años anteriores, cuando estudiábamos en la facultad nunca pude explicarle algo de manera efectiva. Pero ahora estaba dispuesto a explicarle mejor, pues tengo tiempo dando clases en la universidad. Era algo tan básico, y estaba emocionado que se asociara a ese experimento, que no puedo decir mucho, pero que tenía relación con algún sistema del cuerpo humano.
Aquella tarde me quedé sentado sobre la cama con arrugas esperando su mensaje para que fuéramos a cenar. Ella no escribió. Pero yo sabía donde encontrarla. De hecho nunca he intentado detener a alguien porque me parece que es como detener el curso de la vida. Pero esa tarde fui a buscarla, nos encontramos, la miré y supe que los días de su compañía habían terminado. Ella se fue.
Cuando se fué no me sentí triste. Me sentí como despertar de un sueño donde te sientes bien, descansado, pero el fuego frío te invade mientras terminas de despertar. Me sentí helado otra vez.
Ella me enseñó que después de cierto tiempo es inútil esperar, pero uno debe estar alerta de un encuentro espontáneo. Después, mucho tiempo después la encontré. Después continuamos, pues si las arrugas de una sábana son como una playa llega el mar y borra los rastros.
Su partida y el fuego helado son colores, olores y sabores intensos, incluso le dan un toque mágico a mi vida. A pesar de todo, su regazo es un descanso, porque ella no es un amor cotidiano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario