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sábado, 31 de diciembre de 2016

Un mosco en invierno

Feliciano tiene la costumbre de servir café con espíritu atormentado,  no sé cómo funciona, pero imagino fluir el trago cubriendo el camino como una manta donde cada porción mínima es absorbida, de alguna forma por el cuerpo, como alcohol evaporándose rápidamente pero en forma inversa hacia las paredes interiores que posteriormente distribuirán a la sangre, para que finalmente llegue una señal a la cabeza ordenando que no debes dormir, y además, el espíritu atormentado té ponga alerta de cualquier imagen real o ficticia que sea procesada por la agudez nocturna de la conciencia.

Yo no se si maldecir al mosquito que sobrevivió al invierno, no conforme con la sangre que ha chupado, sucio vampiro de mierda, seguirá zumbando hasta que el sol aparezca sobre la cortina absurda con siluetas de una ramera veraniega. O debo maldecir a la manía de Feliciano, su perra costumbre de servir café con azúcar sin preguntar, sorbiendo el café almacenado por años que no venderá.

Nunca me gustó hablar de fantasmas, es un juego que me impidieron de niño, por el bien del sueño en las habitaciones contiguas, por eso me parece absurdo decir que se escuchan voces en esta casa, pero en verdad se queja de la noche. Se escucha el murmullo de una voz quejumbrosa y siento alivio al justificar que es el tubo de agua llenando el tinaco. Algunos crujidos en las paredes me hacen recordar las historias de Eliazar, que eran más que una sospecha sobre el volcán dormido sobre el cual se edificó el pequeño poblado. Un volcán nunca se duerme, decía, tiene actividad poco perceptible, mira las grietas de la casa, las paredes se separan como si el piso se moviera lentamente.

Se que estoy solo, bueno, acompañado del mosquito invernal, campante y cauteloso, con la cabeza punzandome, acorralado, sin ganas de la actividad mínima y productiva que representará un esfuerzo mental, un perturbador más que representa un pinchazo para que me reviente.

No se de donde me nació mirar las fotos del recuerdo, metido en un teléfono de Londres evocando la forma de viajar en tu tonta película de Harry Poter, misma que te regaló tu tío Carlos y que con desdén dijiste que te parecía muy boba para no verte pillado en tus gustos culposos.

Encontré a tu fantasma rondando por la calle, me preguntó por ti, le dije que no sabía nada, que te perdiste, que no te has comunicado. Y en cierto sentido yo no estaba mintiendo, se que no te ha encontrado porque me lo hubieras contado inmediatamente, pero ahí seguirá esperándote como una sentencia de muerte, apareciéndose en el momento menos oportuno.

Pero tengo la sospecha de que sabe dónde estás, y que espera afuera de la puerta, silenciosa, sin anunciar su llegada para sorprenderte cuando gires la perilla. Me miró con incredulidad, pero siguiéndome la corriente por respeto, para que me sienta un buen amigo tuyo guardando el secreto de tu partida.

¿Te tomarás una foto en Gotinga? O en la tumba de ¿Borges como aquella muchacha del suplemento dominical de la Jornada? Carajo quién se toma una foto al lado de una tumba.

Sabes que estás loco, yo no se si quiero verte pronto, ni siquiera quiero desearte que seas feliz como consejo matutino de Mariano Osorio, solo cuídate de los fantasmas amigo mío.

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