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domingo, 13 de marzo de 2016

Secretos





Cuando esperaba a que me tomaran una especie de fotografía, de esas para meterte en una base de datos, mirando por el vidrio de la sala de espera, pensé, que tal vez saliendo podía quedarme un rato en el sitio que miraba. 

Esperé un poco antes de que mencionaran mi nombre, las cosas pasan rápido en ese lugar, así es el tiempo, pero ahí el fluir apresurado del tiempo no produce angustias ni remordimientos, las cosas fluyen como si tomaran consciencia, sin ordenarles, ellas se desarrollan por su cuenta. 

Salí y me dirigí encandilado por la luz de las ventanas, y la comodidad que se notaba en las sillas de aquel lugar. Saludé y me registre con una secretaria que comía helado de galleta, después me adueñé de uno de los escritorios (el más luminoso y cerca de las ventilas). 

Me expandí con mi libreta de símbolos extraños, saqué unas cuantas hojas y me puse a indagar las respuestas de algo que parecía insoluble. Y dije, por fin, un lugar tranquilo, alejado de esa gente que solo estorba, alejado de sus comentarios y prejuicios, de preguntas, de sugerencias, de soluciones apresuradas. 

Cerca estaban dos unicornios enamorados, pero curiosamente nada molesto. Me di cuenta de la confianza con que se desplazaban del lugar y no tenían que estar vigilando sus pertenencias con el miedo a la presencia de un estúpido ladronzuelo. 

El unicornio tenía un vaso de café y la unicornia estaba ahí para distraerlo, caray -me dije- creo que una unicornia no es buena idea. Me tomé el atrevimiento por preguntarles dónde habían conseguido ese vaso de café. Extrañados me respondieron que en la parte de abajo hay una cafetería. Parecía una pregunta estúpida, pero yo era nuevo en aquel lugar. 

Me apresuré, no claro sin después de observar la buena vista que se tiene en la parte más alta del edificio. Me quedé mirando como si hubiese llegado por primera vez a la ciudad. 

Después de probar el café de aquel lugar he decidido que será mi secreto. No le diré a nadie, será mi secreto. 

II 

La señora encargada del pasillo me alcanzó apresuradamente para recomendarme una caja de té, me dijo que este era distinto, ya sabes, el la clásica mentira de "este si es natural". Hice caso, últimamente hago caso a todo. Me dijo que virtiera agua antes del hervor y esperara un poco a la infusión. Así lo hice y parece que no esta mal. 

También será mi secreto. 


III 

Tal vez cierta unicornia no conviene entre semana, pero el fin de semana sí. Acordé en cierto lugar a cierta hora, y en este país nunca se respetan esas cosas. Recuerdo a mi antiguo profesor, con su acento alemán, y el golpeteo intenso de su reloj con el dedo indicando que era tarde. 

También recuerdo un cuento de Gabriel García Marquéz, de una mujer que sufre un percance con su auto, pero que se caracterizaba por abandonar lugares. De alguna manera intenté asociarlo para que se acomodara a una historia de impuntualidad, aunque nada tenía que ver, pues la impuntualidad, la ausencia y el abandono son cosas distintas. Pero estaba seguro que la unicornia llegaría tarde, siempre lo hacen, aunque creo que ahora no. Lo dramático era que la personaje del cuento cae por accidente a un manicomio y por eso no llegó a casa, la detuvieron meses en ese lugar... 

¿porqué pensaba eso? Quería contarle una historia.

Yo llegué tarde. No lo digo como hazaña gañana, realmente la impuntualidad me apena. 

Después, en la tarde, cuando se quedó ahí en la avenida, yo termino con esa senzación de deuda. De que la charla, la caminata, la película y la tarde no le hacen justicia su presencia unicorniesca, de tomarse el tiempo, de estar ahí, a lo agradable de aquella simpleza, pero será mi secreto.  




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