Resignado
llega casa esperando el “reclamo de atención” de las mascotas
humanas que no pidió tener. Sí, son los rumies que esperan sus
croquetas; una dosis de despotismo del cual son adictos. En ellos
continua oculta su infancia de juegos de pelota, que es consuelo y
acaricia de manera suave arrojándolos hacia una fantasía que bien
alimentó la televisión y de la cual serán presos toda su vida.
Él
no ha llegado a los 30 y siente el cansancio de una edad transitoria.
Ya pesan las noches o las mañanas de putas que bien conoce pero que
finge no conocer para estar sorprendido y sentirse más excitado,
ellas también fingen ser poco frías no son las “típicas”.
Ya
pesan las tardes de cigarrillo y la vista concentrada en un párrafo
que cuesta horas terminar. Ya cansan las tazas de café amargo y la
charla a gritos consigomismo.
Después
de gritos extensos, salen los demonios que soportaron encerrados más
de ocho años con tanta furia, la música le conduce a cierto éxtasis
poco común en la realidad de las tardes calurosas.
Ahí
esta desgastando su corazón, fuertemente desgastándo. A la mañana
siguiente jurará que será la última puta. Que sus rodillas y
billetera no soportarán más (nunca aprendió a hacer el amor).
Entonces se dirigió a casa sin pasar a tomar el desayuno, solo tomó
un fuerte café para soportar el trayecto de regreso.
Agonizante
la respiración se detiene y pidiendo que ya es justo, que será
mejor detener el auto. Se mentaliza para soportar la cena mientras le
preguntan si se encuentra bien, que se ve pálido, digo.... no está
de más "no poder respirar".
Soporta
el trayecto de regreso y no intenta pasar dormido el fin de semana.
Tal vez quiere desgastarse más, tal vez tiene deseos de morirse y
experimentar como sería el funeral. Tal vez reconoce que le gusta
estar en estado de agonía.
Deja
las taza de café sobre el escritorio, mira la billetera vacía y
siente el deseo que no será consumido satisfactoriamente como lo
bien lo hace el cigarrillo en el cenicero.
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