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viernes, 14 de octubre de 2022

Escena 3

Nadie lo dice, pero preferíamos estar en otro lugar. Nuestro plan era tomar las botellas y hacer nuestra propia fiesta en otro lugar. Como las chicas que nos gustan, están a salvo en sus casas, con sus papás, nosotros llamaríamos llorando, con nuestro amor adolescente, diciendo que las queremos. Si ya es muy aventurada la cosa, tomaríamos las guitarras e iríamos hasta la puerta de su casa a cantarles. Después bromearíamos entre nosotros, “por eso no me gusta tomar con pinches escuincles, mira cómo se ponen”. Nos tomaríamos una foto. 

Queremos estar en otro lado, nuestro plan era tomar las botellas y hacer nuestra propia fiesta. Estamos en la mesa redonda, esperando a que Mari-Jo, como gusta que le digamos, se emborrache y se duerma para que podamos huir de su casa con las botellas. A sus 50 años, parece que su cuerpo es poroso y viejo, a tal manera que el alcohol no puede corroerla como a nuestros cuerpos jóvenes. Nos cuenta la historia de cuando la corrieron del convento, que porque mató a un gato, pero todos en el pueblo dicen que la corrieron por depravada. Es amorfa y parece una rana gigante. 

El sabor del tequila comienza a hacer una punzada en mi cabeza. Una alerta de que mi cuerpo ya no tolerará más. Me quedo mirando a mis amigos sentados al rededor de la mesa redonda. Entre las miradas nos comunicamos, “ese no era el plan”. Está doña Mari-Jo, sentada, en la parte principal de la mesa, la que mira exactamente al televisor. Que tiene el canal golden con una película golden. En la escuela dicen que los círculos son infinitos, que no tienen ni principio ni fin, pero esa mesa tiene el principio, con la rana gigante sentada como presidiendo, y el fin, sabemos que será eterno, de toda la madrugada. 


Nuestros padres no saben que estamos ahí. Dijimos que prenderíamos una fogata en la casa de mi primo, que tiene un jardín grande, y quemaríamos bombones. No teníamos dinero para comprar botellas de alcohol, somos jóvenes, queremos experimentar. Visitamos a doña Mari-Jo, porque dicen que regala alcohol a los jóvenes. Nuestro plan era tomar las botellas y escapar al jardín de mi primo, para hacer nuestra propia fiesta. Después llevar serenata a las chicas que nos gustaban. 


Abrimos las ventanas. Encendemos cigarros. Doña Mari-Jo dice que no sabemos fumar. Toma un cigarro y lo aspira fuertemente. Dice que en su juventud fumaba mucho y que por fuerza de voluntad dejó de hacerlo. Nuestros padres no saben que estamos ahí. Yo quiero irme a mi casa. Todos supongo que quieren irse, pero por alguna razón nos quedamos ahí, inmóviles. No es divertido. 


Doña Mari-Jo suelta a sus perros pastor alemán en el patio, porque dice que ya es tarde y la protegen. Ahora sí estamos atrapados y no podemos salir, porque los perros son feroces, tengo miedo que me muerdan al intentar salir por el patio. Voy al baño a vomitar y todo me da vueltas. Me siento en el pasillo. ¿Así se sentirá estar en una nave espacial? Todo girando y girando. 


Doña Mari-Jo ordena que me lleven a una habitación. Se nubla mi mente. Me quedo inconsciente. 



Por la mañana, aún el sol no ha salido, me siento mareado pero me despierto cuando mi papá me sienta en la parte trasera de la camioneta. Me llevan a casa, molestos. Me dan un sermón, tengo ganas de vomitar. Voy corriendo al baño sin escuchar la última parte del sermón. 


Ese no era el plan.

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