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jueves, 8 de junio de 2017

sin título

Me quedé mirando el monitor todo este tiempo, aún después de los regaños de Alicia con sus argumentos psicológicos sobre mi fenómeno del elefante encadenado que perdió la cadena, y se quedó parado al lado del árbol. El monitor era el árbol, y me quedé mirando la correspondencia, imágenes y el trazo del tiempo, como para determinar qué estaba sucediendo. Estaba mirando, gritando del otro lado de la ventana, cuando veía alejarte caminando sin escucharme, como si nunca hubiera existido.

Me quedé esperando como el niño abandonado en el zoológico, con una bolsa de palomitas y mirando siempre el mismo espectáculo, los mismos animales, los mismos domadores, las mismas cosas monótonas que incluso al reloj en el centro de la explanada le daba hueva contar. Cuando regresaste, y se repitió el ciclo, me fuí por el camino difícil congeturando la naturaleza de nuestro tiempo, y conocí a detalle lo que sucedería una y otra vez más incluso sin haberlo vivido, pero fuimos tan repetitivos que todo lo que ocurrió después no fue una sorpresa para mí.

Tus pendejadas no son una sorpresa, son solo eso, tu inocencia disfrazada para no sentirte culpable, para que el mundo piense que fueron culeros contigo. Pero querías hacerlo, y quieres seguir así, arañándote y destruyéndote las víceras que se regeneran y te hacen ver distinta.

Alicia se volvió loca, y las palabras sabias que dijo en el pasado siguen siendo sabias, cuando le cuento tus pendejadas le vuelve la lucidez, para recordarme que son solo eso, pendejadas...

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