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sábado, 8 de febrero de 2014

Ciudad 12. (Viernes)

Es complicado trabajar en Viernes y parece que una epidemia se expande esclusivamente este día. ¿A donde fuerón todos? Nisiquiera está la secretaria que cumple sus tortuosas seis horas de trabajo con su mirada estática en el monitor y su perfume apagadamente invisible que nisiquiera se a que huele, pero que podemos coincidir y constatar su existencia entre varios comentarios.

¿A donde fuerón todos? ¿Hacia algún hospital? ¿A curarse de la semana? 

Hace mucho no me quedaba en horas de comida. Este día -únicamente debe ser este día- regresé a la vieja rutina que consiste en comprar ese extraño pan crujiente con jalea y queso. Lo deboré mientras me preparaban el café. Pensaba en el día anterior y en que debo reconocer que es el único café del perímetro que puede prenderme! Debo confesar amigos míos que mi economía de estudiante no me permitiría tomar diario mínimo dos tazas de aquel café. Por eso he comprado mi propia bolsa con la cafetera pero desafortunadamente no es lo mismo. 

Este viejo desayuno -muy malo por cierto- me dio bateria para trabajar sin tolerar la comida, tan solo fue una galleta de avena en el receso que me dí a la una de la tarde. La vieja rutina de la tortura pues hay días en que los minutos valen oro.

A pesar del desorden presente en este día, he tomado en cuenta que el flujo de la ciudad no es del todo aleatorio. Pensaba en el intervalo de tiempo necesario para poder subirme al metrobús sin que reventara como lata de coca-cola agitada. Si amigos míos, el intervalo de tiempo es uno de mis secretos y me permitía respirar libremente para ocupar el lugar entre la puerta de emergencia y la ventana. Como a muchos de ustedes me gusta ir mirando la avenida para no sentirme preso en la hoja-lata.

Puedo describir a la tarde como totalmente neutral. No es tan gris, no hace frío ni calor. Me permite ser una pluma flotante.

He notado que comienzo actuando a la inversa. Navego la mayor parte del tiempo ausente de toda perturbación probocada por personas  escuchando música, es decir últimamente escucho música cuando estoy solo. Y cuando me encuentro rodeado de personas prefiero no escuchar música. Pero en estos momentos todos traén puestos los audifonos. Casí nadie habla y hablarnos está prohibido. Hasta pude notar mi molestia cuando aquella señora me pidio mi targeta del transporte citadino para que pudiera accesar por los torniquetes. La molestia es automática y sin sentido, como si alguien nos hubiese dicatado las reglas. Por ahora no intento buscar una respuesta, no tengo porque molestarme. ¿Acaso por su pendejada? ¿Por olvidar su estúpida targeta? ¿Qué tiene de malo? A todos nos pasa.

Estamos distantes pero conectados entre sí mediante los aparatos, quizá para no sentirnos solos. Hace unos días se a descompuesto mi teléfono y me siento sin radar. Realmente odiaba ese aparato y su incertidumbre. También llegué a odiar la manera en que descubría secretos antes de que yo lo hiciera, así es, como un genio adelantándose a la respuesta que prefiero palpar con mis manos.

Entre el único par de personas que conversaban mencionarón un nombre. - "dejaré que fulana atienda ....."- fulana ... yo conosco que también se llama fulana y solo por el nombre recordé a la amiga de mi amigo el mapache (y también recordé que debía preguntarle por el café) pero eso no es el punto.

Ahora bien, las razones que he mencionado en los párrafos anteriores fueron causas para recordar algo muy peculiar de aquella mujer. Ese algo no tiene que ver con su mirada firme penetrante omotópica a las singularidades del espacio tiempo o posos congelantes del tiempo (o en la topología del espacio complejo). Recorde que aquella tarde me parecio graciosa la escena de su teléfono sonando constantemente con algún tono pulsantemente corto. Recuerdo su exagerada cortesía para no sacarlo de su bolsa. Muy peculiar de su parte, pues ya nadie es así en estos tiempos. Tuve que apartarme de su mesa un par de veces -por x razón- y sin querer pude constatar que disimulada e intrepidamente atendía el chillante aparato. Yo hubiera hecho lo mismo. Pero en serio que hace tiempo no he conocido a alguien que ignore el teléfono o que hagan cortezmente el intento como la amiga del mapache. Para mí el teléfono a servido como el inbox del correo electrónico. 

Recordpe también a otra persona de hace tiempo, la carita perversa de Eugenia (al mirar el teléfono). Alguna noche nos dirigiamos a su casa y previo a la llegada podía mirar en su rostro convertido de ternura a perversión cuando sus ojos miraban la pantalla de aquel aparato infernal. Aquella noche fue como mirar algún cometa en el cielo, pues como mal augurio predije que algo pasaría. Quizá era la razón por la cual perdía interés en las caminatas, entre nosotros. Días después al alejarse pude darme cuenta de que quizá aquelle pantalla de teléfono fue uno de los elementos por los cuales tuvo que apartarse buen rato junto con su perfume. No se como describirlo, pues como el de la secretaria y ella no pueden guardarse en una botella. ¿Eso es la escencia?

Mis ojos están cansados, no pretendo leer el libro que me prestaron. Es mejor mirar a la ambulancia que tramposamente a prendido la sirena para poder avanzar en el tráfico. Oscurece y con la ausencia del sol crece el flujo como si fuese energía a la inversa. Llegaré tarde a casa recorriendo el ancho perímetro, pasando por la débil lluvia y entre todos ellos. Me recuerdan a los cristales junto con la luz que quiere escapar con choques aleatorios. Todos nos estorbamos, queremos un mundo, uno personal pero ¿Qué hariamos sin nosotros mismos?

Lo pude constatar hace un momento al mirar una película, sin darme cuenta todos callerón dormidos y esta vez me sentí absurdo. Por eso escapé absurdamente a mi sillón, para escribirles causandome el somnífero para quedarme dormido.

Buenas noches.

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