Beatriz
A: Mariel Uguin.
Me escapé 3 dias
corriendo sin parar en la carretera hasta toparme con un pueblo que
aún conserva su toque colonial. Me instale en una posada a las
orillas del centro de aquel pintoresco lugar y caminé hacia el
parque central. Me pareció extraño ver construida en el lado sur la
iglesia antigua de piedra rosada y una puerta muy bien conservada de
color café oscuro. Frente a la iglesia estaba el palacio municipal
también de piedra rosada; en realidad todo el parque estaba
construido con esa piedra. Del lado poniente se encontraba un viejo y
grande edificio que en su interior era un mercado y del lado oriente
había una especie de portales de dos pisos que albergaban una
heladería y cafetería. El lugar tenía un olor agradable a café
tostado y molido. Estuve ahí hasta que se oscuresio después de que
en el horizonte brillaba el contorno dorado de las nuves como suele
verse en las tardes de verano.
Me dispuse a caminar por
una de las calles que estaba a un costado con paredes pintadas de
color naranja y en algunas ventanas había azulejos blancons con
figuras azules como las vajilla especial de mi madre. Al fondo en la
esquina con la calle “Caudillos” se encontraba una pequeña
libreria con la puerta muy estrecha y dos ventanas en forma de
rectángulo con cuarados en su interior que dejaban escapar las luces
tenues que había en los estantes que albergaban libros muy
especiales. Eran libros muy costosos porque se trataba de las
primeras ediciones impresas, también había libros en frances, en
latín y Aleman; una biblia separada por sus 72 tomos y unos
pergaminos enrollados con mangos demadera que tenían ese olor
penetrante y chillon.
Al fondo en un escritorio
oscuro frente a una computadora blanca con una manzana brillante se
encontraba Beatriz con esa sonrisa luminosa que recuerdo mucho desde
nuestra niñez cuando su madre festejaba su cumpleaños con migo y
los otros niños de nuestra camada. Ella me dijo “¡Arturo!”; la
salude con un beso en la mejilla y nos abrazamos. Hacía mucho tiempo
que no nos veíamos, desde que murió su hermana ahogada con una
pelota del juego de matatena que felizmente hayamos en un paquete de
chocoretas. Su madre decidió abandonar el pueblo después de ese
trágico accidente y siempre le pregunte a mamá acerca del rastro de
Beatriz pero no sabía, nadie sabía a donde se habían marchado. Se
rumoraba que tenían familia en el norte del país; otros decían que
se habían mudado muy cerca del pueblo. Llegue a recordarla cuando
era necesario esculcar los cajoes en donde mi madre guardaba mi acta
de nacimiento porque al lado se encontraba un paquete con
fotografías; en ellas aparecía beatríz con su sonrisa y vestidos;
uno rojo con bolitas blancas, blanco con bolitas rojas, azul con
cuadros, etc...
¿Puede una persona
enamorarse en la niñez? Quizá sea un amor puro como muchas cosas en
la niñez incluido el odio. Nuestras madres entre sus bromas extrañas
habían hecho el pacto de que algún día nos casariamos despues de
estudiar en la universidad de la capital. Algunas veces sentía celos
cuando otro niño la perseguía corriendo y ella con su risa exausta
de esas cuando el aire está ausente.
En ese entonces no había
rastros de mis hermanos y Beatriz era lo mas cercano quizá a una
hermana. Aquella tarde en la librería me dió mucho gusto verla,
pero no pude decir nada, nisiquiera un hola, o “¡Qué demonios
estás haciendo en este lugar?!”. Me pregntó - ¿Estás de
vacaciones?. -
-Algo asi- le respondí.
Ella me miro con un gesto
de extrañeza e ironía. Yo le respondí con el viejo chiste que he
cargado no se desde cuando; aquel que dice que soy amigo del viento y
que él me había conducido hasta ese lugar. De alguna forma expresó
la insuficiencia de aquel argumento y le conte la verdad, que había
llegado vagando y sin rumbo a aquel lugar, me dijo que quiza mi madre
estaría preocupada... y por cierto cómo está ? - me pregunto.
Pues bien ya empizan a
salirle canas en el cabello. - respondí.
Le dije también que esa
tarde me sentía cómodo en aquel pintoresco lugar. Y ella como guía
turistica comenzó a recomendarme ciertas visitas a ciertos lugares.
Por la noche me llevo a un paseo en una especíe de veículo que
simulaba ser un tranvía pero sin vías. El recorrido duró como una
hora y no platicamos mucho porque escuchabamos al guía. Ella me dijo
que estaba ahí pasando las vacaciones trabajando en la librería de
su abuelo y que estaba muy agusto porque el ruido de la capital de
aquel estado la tenía fastidiada. Cuando terminó el paseo en el
tranvía inmediatamente detubo un taxi para regresar a casa de su
abuelo; como si escapara. Recordé la niñez cuando le gustaba
hecharse a correr para esconderse y asustarse. La verdad tenía
muchas ganas de expresarle cuanto la extrañaba. La noche fue un poco
larga porque no dejé de pensar en ella.
Al dia siguiente me
levanté muy tarde como a las 11:30 de la mañana y desayune en el
mercado. Había una tienda artesanal de instrumentos musicales de
madera de pino y estube entretenido por buen rato. Después me dirigí
a la librería pero Beatriz no estaba, regresé mas tarde pero ella
no llegó. Vagando por las calles pintorescas encontre una especie de
parque undido con árboles naranjos, limas y limones tenía un olor
muy agradable. En una de las banquitas estaba Beatriz leyendo un
libro de pasta amarilla con manchas rojas. Me senté al lado de ella
e ignoró mi presencia. “Bety” le dije. Ella cerró el libro y me
saludo sin mucho afán.
Después del accidente de
su hermana no hablamos, era la primera vez que nos veíamos y
sospecha que Beatriz tenía cierto rencor conmigo. “Es muy
pintoresco este lugar” le dije. Ella resondío un poco sería “Si
es muy bonito”. Le dije que la extrañaba mucho y me dí cuenta
que seguía siendo la misma niña que conocí hace mucho tiempo,
cuando se enojaba y dejaba de hablarme. No fue mi intención
encontrarla.
El aroma de los naranjos
y su piel en esa tarde de verano fuerón como las tardes de la niñez
cuando jugabamos en casa de Emilio. Nunca imaginé probar el dulce
sabor de sus labios confundidos esa tarde. Fue mejor ignorar el
pasado y depues de cenar en los portales me mostro a las afueras de
la ciudad un mirador con telescopios de monedas donde en el horizonte
la luna se mostraba amarillenta.
A la mañana siguiente
desperté muy tarde y ella se había ido, solo quedó el aroma de su
cabello en la almohada. Siempre tubo ese comportamiento extraño de
escapar después de correr, jugar .... volar.
La busqué, no pude
encontrarla y quizá nunca en mi vida la encuentre.
Gerardo Urrutia. Ciudad
de México Julio/Agosto 2012
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