Esther siempre decía que le compraramos un ataud sencillo, cada que pasábamos junto a la funeraria que estaba al lado del banco donde ibamos cada martes a depositar en nuestra cuenta de ahorros, de bonos del ahorro nacional.
Cumplimos su deseo, la cargamos, y no dejamos que los expertos la sepultaran. Lo hicimos, nosotros, inútiles, condenados al fracaso, a ser lamebotas, a dar nuestro amor a mujeres que no nos querían. A hacer trabajos que no nos gustaban. A dejar de ser nosotros mismos.
Esther, fracasamos. Se nos rompió el ataúd cuando te metíamos en la tumba
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