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martes, 23 de febrero de 2016

tarde...






Estaba mirando el agrio paisaje de edificios podridos sobre las casas empedradas de alto costo que hicieron los burgueses noventeros. Y que así permanecerán buen tiempo, haciendo del paisaje contradictorio, los edificios con plagas de estudiantes viviendo en huecos como ratas; con sus mantas colgando por la ventana, con hambre y nostalgia de sus provincias; su alcohol barato y el desgaste del sexo después de no haber comido ni dormido bien en días previos; con sus anhelos de abandonar el tercer mundo.

La calle es desierta de fin de semana y el sol viejo antes de las siete de la tarde parece especial en domingo, como si fuera un capricho de dios, como si estuviera aquí en la tierra mirando también. Como si estuviera con los estudiantes provincianos que esconden sus estampillas de dios que encomendaron sus afligidas madres para que los pegaran en sus paredes como si fuera un orgullo.

Dan ganas de salir y olvidarse de todo, de caminar con el sol en pausa, hasta llegar al horizonte indistinguible, sin toda la carga de culpa, sin anhelos, solo caminar hasta que los pies se destrozados pidan a gritos regresar pero cuando sea demasiado tarde.  

Tan solo perecer y que parezca involuntario, para que en tu pueblo te ofrezcan a un rosario.

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